Cultura

Arthur Brand, el Sherlock Holmes del arte

Pasamos años buscando vidas que imitar, aunque luego solo nos dediquemos a la nuestra, quizá porque las vidas son inimitables y quizá, también, porque hasta para acuñarse una biografía se requiere originalidad y estar hecho de una pasta. Arthur Brand es uno de esos tipos al que uno le hurtaría la semblanza. Comenzó buscando monedas de plata con unos gitanos de España y hoy es el detective de arte más famoso del mundo. En ocasiones la existencia solo es un viaje al extremo contrario de donde comenzaste. Brand, Arthur, gasta una elegancia británica para menudear con criminales, ladrones, gánsteres, terroristas, agentes del servicio secreto iraní y toda la Jet Set del birle y el agarre. Ya se sabe que la caballerosidad jamás ha estado reñida con ser un hombre de mundo. Tampoco beber Martini con narcotraficantes que recurren al whisky como paracetamol.

Brand presume del «fair play» de un dandi y siempre duerme con el móvil encendido para atender emergencias de madrugada: nunca se sabe quién puede llamar para acordar la devolución de una pintura robada en un garaje subterráneo. Lo suyo es más periodístico que el periodismo. Cuando recuperó «Buste de femme», de Picasso, lo guardó en su domicilio hasta devolvérselo a sus propietarios al día siguiente. Esa noche permaneció despierto, sentado delante del cuadro, fumando y contemplándolo. Esa pintura vale cien veces más que su piso. Brand, Arthur, vive una vida marcada por el pulso de la aventura, el glamur de la criminalidad y el misterio que envuelve las sustracciones de obras de arte que da mucha envidia. Cuando somos niños soñamos con peripecias trepidantes, sacudidas por el romanticismo de lo inesperado. Más que una profesión deseamos un rompeolas de emociones, una existencia de Conrad, Stevenson y London. O, mejor dicho, más propia de los personajes de Conrad, Stevenson y London. Pero lo más excitante que se ha cruzado en el camino de la mayoría fue el momento en que pagamos en una ventanilla el montante del título de la carrera.

Brand, Arthur, supo revertir una licenciatura en una novela de Sherlock Holmes. La suerte solo es imaginación. Él pertenece a esa clase de fulanos que sobrellevan el matrimonio como si fuera la relación con una amante. Posee la virtud de convertir la monotonía en un salto mortal. Algo así como enchufarle doscientos voltios a una rana muerta. Ha sido suficientemente hábil para convivir entre los museos y la canallesca que les sisa a estos los cuadros. No es capaz de arreglar un enchufe, pero ha recuperado un Van Gogh, un manuscrito del siglo XV, los caballos que Josepf Thorak esculpió para el Tercer Reich y la colección de arte de Hitler, que apareció en un paradero tan vulgar como una casa de campo. En un mundo donde lo más trepidante es descender por unas escaleras mecánicas averiadas, lo de Arthur Brand se le antoja a uno como la carga de la brigada ligera.