Coronavirus
Tiempos de ahorro
Tener al lado un balón de oxígeno, un gotero de optimismo, es impagable, lo mismo que un buen gin tonic o un puñado de amigotas por face time diciendo barbaridades
“Cuando más falto de dinero estuve, cuando no tenía una perra gorda, cuando más arruinado me vi, me mudé a una casa mejor y mucho más cara, que no podía pagar, y las cosas empezaron a marchar”. Tal cual lo estoy contando me lo contó a mí un intelectual, un gran escritor y un auténtico sabio que conoció realmente los malos tiempos para la literatura y para los españoles en general, y lo que era cobrar una verdadera miseria por el artículo que escribía cada semana en el Gijón, calentando sus dedos con un café con leche, un corriente con leche que se decía entonces, sin opción de acompañarlo de un mojicón, unos bollos de pasta fina con forma de cono truncado que se servían como merienda en aquellos cafés de artistas donde todos aquellos muertos de hambre iban a ver “qué salía”, o si alguien con un poco más de posibles podía calmarles el estómago vacío y ansioso de alimento. Hoy no estamos en postguerra, como entonces, pero vamos hacia el postvirus, si el gobierno lo permite y nos levanta de una maldita vez el confinamiento. Sin embargo las diferencias van a ser notables, ya que no tendremos un establecimiento hostelero abierto donde ir a socializar y a encontrarnos con los amigos y colegas para lamentarnos todos juntos de la triste situación en que nos ha dejado esta siniestra pandemia. Lo peor de todo es el estado psíquico que ya nos asola, pensando en el bajón económico que empezamos a padecer. La felicidad no deja de ser una criatura caprichosa y esquiva; a veces tenemos la dicha de poseerla en lapsos de tiempo tan breves que no nos da tiempo de saborearla, y cuando queremos darnos cuenta ya se ha esfumado, como la niebla que se disipa de repente sin que apenas nos apercibamos. Pero como en el fondo no dejamos de ser criaturas con un mínimo de esperanza afirmamos que más vale defender el presente y no llorar por el pasado próspero que se nos ha ido. Ser humano y sentir dolor es una y la misma cosa, es un espectro constante que nos hace sombra mientras dura la vida, por eso mi consorte me sentenciaba el otro día que, ya que estamos al borde de tiempos de penuria, hay que ahorrar en todo…. menos en divertirnos. Benditos sean aquellos que nos inyectan moral, vía intravenosa, para seguir adelante sin derrumbarnos del todo. Verdaderamente tener al lado un balón de oxígeno, un gotero de optimismo, es impagable, lo mismo que un buen gin tonic o un puñado de amigotas por face time diciendo barbaridades y echando pestes contra aquellos que aparecen en el telediario apagándonos las pocas fuerzas que nos quedan.
La ignorancia provoca el caos. El conocimiento y el talento del que estamos careciendo –y eso queda demostrado palmariamente día a día en estos tiempos de peste-, son notas de una sinfonía que nos falta por escuchar. A veces pienso que aquellos sabios que conocí en vidas pasadas no estarían de más en un presente tan incierto como el que padecemos, conformando un senado como en los tiempos de Séneca, que aconsejaban a los Césares que tenían que hacerse cargo de la evolución de la especie. Los senadores por designación Real cumplieron un papel imprescindible cuando a España volvió la democracia. Lástima que el bueno de Adolfo Suárez prescindió de ellos cuando creyó que ya estaban amortizados. ¡Qué grave error! Ahora, en el momento que vivimos, estamos faltos de genios y sobrados de mindundis. Me consuelo pensando que alguno que otro habrá en las Reales Academias o donde fuere. Lo triste es que no tienen voz –y mucho menos voto-, para que su presencia pudiera influir en quienes tienen sus neuronas capadas por el ansia de poder.
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