Opinión

Calleja

Hemos perdido mucha gente importante durante estas infaustas semanas. Uno de ellos ha sido José María Calleja. Muchas veces no hace falta conocer personalmente a alguien para valorar el funcionamiento de su mente y temperamento. En ese sentido, tenemos un canal de comunicación formidable que son los libros. Entre las muchas cosas que hizo, José María Calleja escribió en el año dos mil un libro palpitante que se titulaba «Arriba Euskadi». En él, levantaba acta de las estrategias comunicativas que estaban practicando los asesinos en el País Vasco para justificar crímenes inaceptables para la humanidad. Cuando uso el calificativo «palpitante» lo hago sin ninguna inocencia. Porque era un libro donde las vísceras aún calientes de las víctimas, solo a la vista de los hechos, latían pidiendo justicia. Calleja mostraba con sencillez y claridad como esa justificación comunicativa había perseguido el objetivo, de una manera deliberada, de que los asesinos pudieran algún día eludir su responsabilidad. Él estaba en contra de esa vergonzosa injusticia y lo dejó por escrito con eficiencia.
Cuando en el futuro alguien quiera hacerse una idea cabal de cómo fue el tejido de caciquismo que sumió a las Vascongadas en treinta años de gangsterismo matón, habrá tres libros esenciales. Uno es el de Calleja, otro es el «Sacra Némesis» de Jon Juaristi y el tercero es el «Perdonen las molestias» de Savater. Los tres libros tienen una característica similar apasionante y es el hecho de haber sido escritos en medio de la tormenta, cuando los muertos iban cayendo a su alrededor de una manera ignominiosa. Porque es muy fácil ponerse valiente años después y proponer libros o documentales cuando ya no te va a costar la vida. Incluso habrá quien argumentará que esa distancia es imprescindible para conservar la ecuanimidad. Pero esa distancia es una pretensión moralmente objetable. Porque es como haber dicho: «Esperemos que dejen de matar y luego ya veremos», tal que si habláramos de la lluvia o un fenómeno de la naturaleza inevitable. Y, mientras, no hacerse nada y dejar que los asesinos siguieran matando. No. Admiro a los que se negaron a esperar que escampara. Eso fue lo que hizo Calleja. Qué grande.