Sociedad
Morir de aburrimiento
Del tedio han surgido buenas ideas y malas buenas ideas, que son mejores. Pero es indecente que nos aburran. No lo permitan
De vez en cuando, un vecino sale al balcón y grita: «¡Estoy hartoooo!». No sé quién es. «¡Me aburro!», grita. Me gustaría ayudarle y he investigado. El próximo 20 de mayo sigue en pie (todavía) la celebración en Londres de la «Conferencia del aburrimiento 2020». La descripción del programa avanza que el ciclo consiste en gente interesante hablando de conceptos tediosos como «estornudos, tostadas, cajas registradoras, los sonidos que hacen las máquinas de ‘‘vending’’ y códigos de barras». Fue creado como respuesta a la cancelación de la Conferencia Interesante de 2010. «Las puertas se abrirán sobre las 10:30 y las cosas empezarán a ponerse aburridas a las 11. El evento terminará a las 16:30, momento en el que seréis libres para seguir con vuestras vidas», anuncian. Me mandarían a cubrirlo de no ser por la que está cayendo.
La profesión más tecnológica de la Humanidad, la que necesita de los conocimientos más avanzados que hemos sido capaces de aplicar, lidia con la más mundana de las náuseas. Los astronautas pasan meses flotando en su cubículo y se aburren mortalmente. ¿Saben que la NASA tiene programas de estudio sobre la materia? Si alguna vez mandamos una tripulación a Marte, la nave tardaría ocho meses en llegar. Así que llevan años estudiando las consecuencias de la monotonía y saben que, con el tiempo, desemboca en problemas: nos hace menos cautos y reflexivos. Más agresivos. Uh, gracias, NASA, eso ya lo vemos en Twitter todos los días. La cuestión es que si te comportas como un energúmeno en una estación espacial no es como soñarse epidemiólogo. Así que en el programa espacial les animan a tocar la guitarra, confeccionar disfraces o hacer macramé como imperativo psicológico.
Pero hombre, nadie se muere de aburrimiento. Científicos del University College de Londres (¿es coincidencia que estudien tanto esto en Londres?) empezaron una investigación en 1985 sobre la intensidad de la hartura de 7.500 sujetos. Les hicieron preguntas y el 10 por ciento de ellos confesaban sentirse apáticos habitualmente. Les devolvieron a todos a sus mierdas de vida y, 25 años después, les llamaron a ver qué tal. Los resultados, publicados en una prestigiosa revista científica, constataron que los más «amojamaos» eran un 37 por ciento más propensos a fallecer. Existía, además, una correlación entre las cardiopatías y el consumo de drogas, alcohol y tabaco. Es decir, que uno puede casi morirse de hastío literalmente.
Psicólogos alemanes han estudiado cinco tipos de aburrimiento. Son: indiferente, de calibración, de búsqueda, reactivo y apático. Este último es el más peligroso, porque va ligado a hostilidad y podría ser la puerta a la depresión. Yo digo que hay un sexto. «Me cansas y me aburres», me ha dicho mi madre toda la vida cada vez que me pongo impertinente. Porque yo jamás me aburro pero puedo ser un verdadero coñazo de persona, un taladro emocional. Y no es lo mismo aburrirte o que te aburran. Ahí está la gran lección. Lo primero es de una absoluta dignidad. Del tedio han surgido buenas ideas y malas buenas ideas, que son mejores. Pero es indecente que nos aburran. No lo permitan.
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