Opinión
España ante su futuro
No voy a referirme en mi colaboración semanal al tema de la pandemia del que tantísimo se está hablando como corresponde por la gravedad y complejidad que entraña y la gran crisis sanitaria, económica, social, humana y política que está acarreando. Sí quiero, sin embargo, dejar constancia de mi solidaridad con los que han muerto y sus familias, que tanto han sufrido y sufren, y también de mi oración permanente a Dios por todos ellos. Hoy voy a referirme a Europa, que el 25 de marzo celebraba el aniversario de la Unión Europea, de la nueva Europa, ideada y soñada por De Gasperi, Monet, Schuman, Adenauer, tras la gran derrota de la humanidad por el inmenso desastre de la Segunda Guerra Mundial, en la que todos los países perdieron, pero salió reforzada la conciencia de la necesidad de la unidad y del respeto a los derechos humanos fundamentales basados en la dignidad de la persona. Europa, hoy, requiere, como dijo el Papa Francisco, «un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos por superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente. En el fondo de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente».
Parecía que se estaba avanzando, aunque lentamente, en esa prometedora dirección, pero resulta que tal proyecto se está estancando o parando, vaciándose de contenido e hibernando. Incluso cuando de la caída del Muro de Berlín, símbolo de los países dominados por el comunismo marxistas, parecía propicio un resurgir de nuevo con fuerza de una esperanza nueva por aquel proyecto europeo, no resultó ni está resultando así. Aquella caída nos permitió ver con nuestros ojos que «el espíritu es más fuerte que el hormigón. La expansión del espíritu, la exigencia indestructible de libertad, de justicia y de verdad, destrozó el “telón de acero”. Lo hombres no se habían levantado sólo contra el fracaso material de la economía y las carencias materiales, se habían alzado mas bien contra un sistema que había erigido la mentira como principio del pensar, del hablar y del hacer. De repente la «casa común europea» había dejado de ser un lugar común, que antes parecía utópico, para convertirse de la noche a la mañana en una tarea inaplazable. ¿Qué puede dar la unidad? ¿Qué fuerzas pueden servir a la edificación de un nuevo futuro europeo? (J. Ratzinger). Cuando hago esta reflexión pienso también en el ahora de España. ¿La alianza socialcomunista podrá aportar futuro para la «casa común», que es ESPAÑA? ¿La ha dado o ha sido capaz de darla, históricamente hablando, o nos ha conducido a la destrucción, al hundimiento y a la ruina? Ahí quedan los hechos para la historia, en la verdadera memoria histórica. Deberíamos preguntarnos con toda seriedad y rigor, ¿qué puede hundirse o estar hundiéndose? ¿Qué se ha perdido ya o puede estar perdiendo fuerza y mostrar con ello su incapacidad para forjar futuro? Son estas cuestiones fundamentales que no deberíamos soslayar, máxime en la situación de crisis sanitaria y de vida, humana, social, económica, incluso política en que nos encontramos si buscamos un futuro y una salida para la sociedad en que vivimos, inseparable, por lo demás, de Europa.
Como respuesta hago mías las palabras del Papa Francisco en Estrasburgo: «Quisiera, ante todo, subrayar, dice el Papa, el vínculo que existe entre estas dos palabras ‘dignidad’ y ‘trascendente’ (referidas ambas a la persona). La ‘dignidad’ es una palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación en la segunda posguerra. Nuestra historia reciente se distingue por la indudable centralidad de la promoción de la dignidad humana contra las múltiples violencias y discriminaciones que no han faltado, tampoco en Europa a lo largo de los siglos…Este largo camino hecho de sufrimientos y sacrificios ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino, sobre todo en el pensamiento europeo, caracterizado por un rico encuentro, cuyas múltiples fuentes provienen de Grecia y Roma…y del cristianismo que los marcó profundamente, dando lugar al concepto de ‘persona’. Hoy, la promoción de derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona tanto en su seno, como en relación con otros países… Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que, después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por se débiles, enfermos o ancianos. Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia e religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene que comer o el mínimo necesario para vivir, o, todavía peor, que no tiene el trabajo que le otorga dignidad? Promover la dignidad de la persona significa reconocer que tiene derechos inalienables, de los cuales no puede ser privados arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos. Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores». Sí es necesario estar atentos, sobre todo aquí, para no caer en algunos errores. ¿Estamos atentos? Estamos entretenidos en otras cosas; entre tanto van avanzando situaciones que conducen al precipicio del «cuanto peor, mejor». Y también no sólo entretanto, sino ya, ¿no será, no es la fe cristiana la fuerza que puede servir a la edificación y forjar un nuevo futuro europeo, y también español, como lo ha sido en otros momentos de la historia? Sí.
Y aunque lo consideren un estrambote, permítanme que me pase de la medida asignada y que invite a los que quieran escucharme el día 1 de mayo, al comenzar el mes de María, a las siete de la tarde. Unámonos todos desde el confinamiento de nuestras familias o solos rezando el santo Rosario por el cese de la pandemia universal y por los que han muerto de ella. No olvidemos que es el mes de las apariciones de la Virgen de Fátima, que pidió rezar para liberarnos de dramáticas desgracias.
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