Internacional

Luca Brasi te lleva la comida a casa

El problema es que cuando uno acepta el manduco, entra en deuda con ellos. Y a ver quién es el majo que les deniega luego un favor

La caridad la predicó San Pablo, pero ahora la practica la mafia. La exaltación de la caridad, aparte de unos versículos apañados para las bodas, ha resultado una buena excusa para que algunos se acicalen el alma de bondad y se hagan pasar por corderos cuando únicamente son lobos. La beneficencia, como la generosidad, es un valor aplaudido, pero que pocas veces llega libre de intereses. Es como la cultura de la gratuidad, que te convierte en mercancía a cambio de una cuenta de correo. Los abuelos solían defenderse de las contingencias de la vida tirando de refranero En España se ha suplido la poca universidad con el saber popular. Entonces no habría parné para el futbolín, pero, tenían claro que nadie da duros a pesetas, una bola que nosotros nos hemos tragado. Las diferentes Cosa Nostra que andan por Italia están aprovechando el confinamiento para hacer proselitismo y lavado de imagen entre el pueblo. Ha enviado a sus Luca Brasi a recorrer barrios y repartir comida a los desasistidos. Aparte de comprar voluntades, estos capos son muy amañados en el arte de corromper palabras. Han convertido el altruismo en un tocomocho para primos.

Los hampones recurren a la careta de la munificencia para ir paliando las pobrezas colaterales de la pandemia y de paso ir ganando fieles. Las desamortizaciones humanas y materiales siempre han sido muy lucrativas para los oportunistas rápidos de reflejos. Jamás ha existido un negocio más prospero que la desgracia. Las penurias son un pozo propicio para extraer provecho. Es el oro negro de los caraduras. Y estos ventajistas se han embozado de San Franciscos para ir dispensando menús por las casas. El hambre como política, pero con una pusca prendida de la cintura. Muy Mussolini.

Lo suyo es un populismo de portal y rellano. Se van ganando al vecindaje entregando gachas a domicilio. Suena el timbre y al abrir, ahí lo tienes: el «boss» de turno con la bolsa del almuerzo. Y arriesgándose a que los carabinieri le endosen una papela cantidad de maja. A ojos del que no tiene ni pan para echarse al buche, un héroe. Estos tipos son conscientes de que un plato de espaguetis recaba más apoyos que un programa electoral. Un asunto del que muchos, preocupados por la telegenia no se han enterado aún. Mientras algunos están con cálculos de asesores, la camorra se ha erigido en los Deliveroo de los desasistidos, en los samaritanos de la cuarentena. Aquí la lucha no es por la urna electoral, que poco les importa a unos tipos que empuñan el arma como en «Kill Bill». Lo importante es el territorio, porque esta gente es mucho de feudalismos y besos en la mano, a lo cardenalicio. Lo suyo es aplicar un vasallaje medieval pero en plan siglo XXI, que consiste en trocar pizzas por fidelidad. El problema es que cuando uno acepta el manduco, entra en deuda con ellos. Y a ver quién es el majo que les deniega luego un favor. Maquiavelo vería la lección clara: donde no llega la ley, gobierna la mafia. La que sea.