Opinión

Syphilos

En el Renacimiento hubo en Verona un médico que además ejerció como poeta: Girolamo Fracastoro. Un día empezó a recibir pacientes que le contaban una extraña historia. Unas veces era un hombre que contraía una enfermedad, y que relataba cómo posteriormente también la sufría la mujer con quien convivía. O viceversa. El asunto era absolutamente inédito, por lo que Fracastoro sabía. Había estudiado que las enfermedades se contraían mediante emanaciones del suelo, miasmas y corrientes de aire, o incluso por culpa de terribles moscas portadoras de algún mal. Aunque, por lo que comprobaba, las cosas podían venir de un lugar nunca sospechado: ¡saltando de una persona a otra! Aquello era lo nunca visto y, para referirle al mundo su descubrimiento, el médico poeta compuso un poema didáctico donde contaba con pelos y señales el asunto. Eligió como personaje a un pastor cuyo nombre sacó de una leyenda griega. Lo llamó Syphilos («amigo de los cerdos», ya imaginarán porqué). El poema se tituló «Syphilis o la enfermedad francesa» (pobres franceses). Debido a aquella espantosa epidemia que causaba «el placer», dedujo el sagaz médico que ocurría con la sífilis lo que también pasaba con muchas enfermedades corrientes: que se reproducían por contagio corporal. Por primera vez en la historia de la medicina se sentaron las bases para explicar las infecciones. La fantasía dejó paso al hecho científico. Fracastoro publicó un libro en 1530 donde describía el contagio de la enfermedad de la sífilis. Y lo hizo en verso, con un par. Comparó la sífilis con otras epidemias: cólera, peste, viruela… Y encontró que, aunque a veces no había contacto directo, los gérmenes podían transmitirse por el aire. Por supuesto, no sabía lo que era una bacteria o un bacilo, pero los percibía cabalmente. Lo que intuía el poeta lo explicaba el científico, y lo que veía el científico lo ponía en versos el poeta. A pesar de la importancia de su descubrimiento, no tuvo ninguna influencia directa en su época. Se atrevió a poner en cuestión nada menos que la teoría de los miasmas del intocable Hipócrates. No le hicieron caso. Además, advertir a las gentes de que sus aficiones amorosas podían ocasionarles la desgracia, tampoco lo hizo muy popular… Porque, tanto entonces como ahora, el público manifiesta, mayoritariamente, poca o ninguna afición a aplaudir la verdad.