Opinión
Aportaciones éticas en la desescalada
En una nueva fase de la llamada «desescalada» seguimos atravesando la tempestad del coronavirus y remando en ella con dificultades palmarias, que reclaman la colaboración de todos para llegar a buen puerto. Parece que las cosas, al menos algunas, se van enderezando. Pero la tormenta aún sigue; y la necesidad de pararnos y reflexionar y de ser lúcidos y libres, avivar la conciencia, ante este hecho tan duro se hace aún más apremiante, porque la presión, los múltiple miedos, la propaganda, y tantas otras cosas evidentes, aunque se ocultan o se niegan, pueden adormecernos, dominarnos e inhabilitarnos para ser libres y entrar en una fase más clara de otear un horizonte cierto de luz, de tierra firme, de esperanza y actuación en responsabilidad personal y compartida.
En este momento actual de la historia, estamos viviendo todavía un mar proceloso y nada claro de crisis sanitaria, económica, y social, incluso política de la misma democracia, y, no lo olvidemos, también de crisis moral y religiosa. Abundantes y muy gruesos problemas, reclaman nuestra solicitud atenta, la de todos en común y con la responsabilidad compartida de todos en común, también de la Iglesia, y dentro de la Iglesia, y sintiéndome gozoso y libre en la Iglesia, humildemente miembro indigno suyo, hablo ahora con todo respeto, pero con todo amor y sentido de responsabilidad, para señalar, una vez más, que el más hondo, vasto y auténtico problema del mundo, particularmente de Occidente, es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y con el apagarse la luz que proviene de Dios, la Humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos son cada vez más manifiestos en la Humanidad, como nos está ocurriendo ahora que camina a obscuras y demanda un rearme moral urgente.
En este 2020 hace justamente treinta años, la Conferencia Episcopal publicó su Instrucción pastoral «La Verdad os hará libres» (Jn 8, 32) sobre la conciencia cristiana ante la actual situación moral de nuestra sociedad, de actual y plena vigencia, que podría arrojar alguna luz sobre el momento que vivimos para actuar en él y enderezarlo; esta Instrucción Pastoral podría ser completada con otros documentos, entre otros, como el de «Los Católicos ante la vida pública», también lúcido e iluminador en los actuales momentos.
Allí, los Obispos se dirigían también a los poderes públicos, y, entre otras cosas, decían: «Nos dirigimos también a quienes ejercen el poder político. Los cristianos hemos de ser los primeros en mostrar nuestro conocimiento leal hacia los políticos. Sin ninguna reserva, la Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la ‘res’ pública y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades ( GS 7 5). Carece de fundamento evangélico una actitud de permanente recelo, de crítica irresponsable y sistemática en este ámbito. Consideramos, asimismo, con mucha preocupación el hecho de que, pese a la importante presencia de los católicos en el cuerpo social, estos no tienen el correspondiente peso en el orden político. La fe tiene repercusiones políticas y demanda, por tanto, la presencia y la participación política de los creyentes. La no beligerancia de la Iglesia, consistente en no identificarse con ningún partido como exponente cabal del Evangelio, no debe confundirse con la indiferencia… Junto a este reconocimiento franco hemos de recordar algo, por lo demás obvio, la vida política tiene también exigencias morales. Sin una conciencia ética, la actividad política degenera, tarde o temprano, en un poder destructor. Las exigencias éticas se extienden tanto a la gestión pública en sí misma como a las personas que la dirigen o ejercen. El espíritu de auténtico servicio y la preocupación decidida del bien común, como bien de todos y de todo el bien del hombre, inseparable del reconocimiento efectivo de la persona humana, es lo único capaz de hacer ‘limpia’ la actividad de los hombres políticos, como justamente, además, el pueblo exige. Esto lleva consigo la lucha abierta contra los abusos y corrupciones que puedan darse en la administración del poder y de la cosa pública, y exige la superación de algunas tentaciones, de las que no está exento el ejercicio del poder político… La ejemplaridad de los políticos es fundamental y totalmente exigible para que el conjunto del cuerpo social se regenere. Por esto una operación de saneamiento, de trasparencia, es imprescindible para la recomposición del tejido moral de nuestra sociedad» (VL, 60), que está muy en la base de las crisis que padecemos, a las que me referí al principio de este artículo. Podríamos poner muchos ejemplos, pero sólo voy a referirme a un comportamiento que está clamando al cielo, por tremendamente injusto contra el bien de las personas, el bien común y la trasparencia exigible: la retención del salario debido por parte de la Administración a los ERTE, desde el mes de marzo, con las tremendas y clamorosas repercusiones de pobreza y desgracias, que esto está teniendo y que no deberían prolongarse ni una hora más, esto está reflejando la presencia en nuestra sociedad de un virus tan peligroso como el Covid-19.
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