Opinión
El empujón irlandés
En la relación de los fracasos del Gobierno Sánchez-Iglesias destaca el perder la presidencia del Eurogrupo, pese a presentarse para ello una buena economista española que, recientemente, ha mostrado su capacidad al resistirse frente a absurdos planteamientos surgidos en el seno del mismísimo Gobierno actual. Y por ello, tras lo sucedido en las votaciones recientes, es preciso, para explicarlo, analizar la política económica actual de la República de Irlanda.
No es posible ignorar que, como consecuencia, en buena parte, de las guerras de religión provocadas a partir del siglo XVI, Irlanda se trasformó, hasta el siglo XIX inclusive, en poco más que una colonia controlada por quienes dominaban los sucesivos gobiernos en Londres. Eso duró hasta entrado el siglo XX. Pero, al mismo tiempo que Inglaterra avanzaba, gracias a su papel notabilísimo en la Revolución Industrial, Irlanda era poco más que un país agrícola y pobre. Como consecuencia de esa realidad, en la que tuvo un papel considerable el cultivo de la patata, mostraron multitud de economistas del siglo XIX especial atención a la noticia de la aparición de una peste sobre este cultivo, que constituyó una catástrofe económica considerable. Se consideraba que, con el triunfo de la llamada «roya de la patata» había surgido un cataclismo rural extraordinario. Eso produjo, para escapar sencillamente del hambre, una enorme emigración de irlandeses hacia los Estados Unidos, creándose así lazos íntimos entre esa isla y Norteamérica. En cierto modo fue algo semejante a lo que paso a existir, por ejemplo, entre España e Italia y la Argentina.
Por otro lado, el auge de nacionalismos de todo tipo difundidos desde la I Guerra Mundial, dieron nacimiento a la creación, y fortalecimiento posterior, de la búsqueda de la independencia a partir del movimiento Sinn Fein, separado del choque particular con la región irlandesa del Nordeste, el Ulster. El avance hacia la independencia pasó a ser continuo y culminó, salvo esa región citada, en 1949.
Todo esto existía sobre una base inicial pobre en lo económico. Es interesante, en este sentido, acudir a los datos que ofrece Angus Maddison en su conocida aportación The world economy: historical statistics. En dólares Internationales Geary-Khamis 1990, en aquel momento político desgraciado para España del Sexenio Revolucionario –concretamente, la Regencia del General Serrano– se observó la primera superación irlandesa: el PIB p.c. irlandés era de 1775 dólares, y el español de 1202; en 1913 proseguía esta ventaja irlandesa: 2734 en los citados dólares, y 2056 España. La ligera desventaja española se mantuvo sistemáticamente hasta 1935, y lógicamente se amplió como consecuencia de la Guerra Civil de 1936 a 1939, pero en 1970 España, con un PIB p.c. de 6319 dólares citados, superó los 6189 de Irlanda. Fue el fruto de la liquidación del modelo castizo. Y esa diferencia del PIB p.c. español se mantuvo hasta 1995.
A partir de ahí, Irlanda desarrollo una política muy eficaz de apertura hacia la economía internacional. Los enlaces con Estados Unidos lo facilitaron, y también su creciente papel en el ámbito comunitario. Y desde luego abandonó Irlanda cualquier idea de seguir el camino del Brexit, salvo en lo que se refiere a la región del Ulster, con tensiones derivadas importantes. En 2001, el PIB p.c. irlandés pasó a ser, en los referidos dólares, de 23.201, siendo el de España de 15.659. También Irlanda superaba ese año la cifra del Reino Unido.
Todo ello se originó por un conjunto de aperturas financieras, de políticas económicas muy ortodoxas, orientadas por partidos políticos básicamente conservadores. La Unión Europea siempre da la impresión de que busca liquidar radicalmente las consecuencias de apoyar rupturas del mercado, como fue el caso citado del Brexit. Dada la relación que tiene este talante con una política económica muy ortodoxa, creó complicaciones con la isla vecina, y eso sobre todo se acabó al vincularse con los planteamientos de multitud de países del conjunto europeo, que además exigían abandonos de políticas derivadas de lo que en ellos había cristalizado, años antes, a causa del mensaje inicial de Manoilescu, sustituido en muchos de ellos, por mensajes leninistas.
Ese conjunto de países ha aprendido la lección y busca ansiosamente modelos eficaces y con respaldo político grande para tener una base comunitaria de buena política económica.Por eso, España estuvo a punto de ser elegida a la presidencia de la Unión Europea, en la persona de Nadia Calviño, que había demostrado ser una buena economista. Pero, simultáneamente, el caso de Irlanda mostraba las ventajas de una política que seguía una línea, desde hace años, de notable ortodoxia económica. Se trataba, pues, de la opción entre dos altos expertos, y de ahí el práctico empate, que se acabó desviando en favor de Irlanda, como una especie de pequeño premio por haber mantenido, hasta ahora mismo, y a lo largo de su periodo independiente, una política que nada tiene que ver con la subyacente de Sánchez-Iglesias. En lo económico, una vez más, como ha sucedido a lo largo de la historia, Irlanda ha vuelto a darnos un empujón y situarnos detrás. Debemos aprender.
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