Opinión

“Podemos o la casa de los líos”

El descontrol e irregularidades en las finanzas del partido/movimiento guardan un claro paralelismo con aquello que denunciaban cuando estaba en la oposición

Como periodista no soy perfecto. Nunca he sido comunista. Ni siquiera he coqueteado con la izquierda. Desde muy joven me he identificado ideológicamente con el centro derecha. Cuando era estudiante hice una primera incursión en la militancia política en UCD. Me siento muy orgulloso, aunque para muchos colegas de profesión sería más reseñable haber estado, por ejemplo, en el PCE, la LCR, el PTE, la FAI o el FRAP.

El comunismo y otros radicalismos de izquierdas siempre me han parecido ideologías abyectas y repugnantes. El conocimiento de la Historia despeja cualquier duda. Me sucede lo mismo, por supuesto, con cualquier régimen o ideología totalitaria. En cambio, muchos políticos, profesores, artistas y periodistas, por citar algunos colectivos, se sintieron muy felices con el 15-M y la irrupción de Podemos. A mí me resultaba un fenómeno interesante si realmente era una renovación política y ética de ese espacio electoral. La izquierda tiene una concepción patrimonialista del poder y una arrogancia displicente hacia todos aquellos que no piensen como ellos. Una forma de halago, expresión de lo que consideran su superioridad moral, es decirte «no pareces de derechas».

En cierta ocasión, una buena y querida amiga me preguntó, desde el afecto, por supuesto, cómo era que con mi sensibilidad social era de derechas. Le respondí a ella y su marido, dos extraordinarios juristas, que siempre he pensado que desde el liberalismo y el centro se logra mejor la igualdad. Es verdad que la socialdemocracia es también un espacio ideológico que cumple ese objetivo de centralidad y progreso, aunque en España está demasiado marcado por el revanchismo, el guerracivilismo y el populismo. Me gustaría que estuviera más cerca de sus homólogos del centro y el norte de Europa. En parte es consecuencia de la obsesión enfermiza de alcanzar y mantenerse en el poder a cualquier precio. Me gustan los políticos, como sucedió durante la Transición, que andan ligeros de equipaje y felices de regresar a sus profesiones.

Al final, Podemos se ha convertido en la casa de los líos. Una vez más la Historia nos demuestra que los populistas son una peligrosa perversión de la política. La Revolución Francesa, tan idealizada por la izquierda y defendida por una derecha falta de suficientes lecturas sobre la misma, es un ejemplo del horror que produce un proceso revolucionario y, sobre todo, por parte de aquellos que están dispuestos a salvar al pueblo y limpiar los establos. Un ejemplo de ello es Maximilien de Robespierre, conocido como «el Incorruptible».

No hay nada peor que los fanáticos y el comunismo está lleno de ellos. Por supuesto, existen en todos los ámbitos de la vida. Lo que pasa es que algunos no dan miedo y otros producen auténtico pavor. Durante la última década hemos vivido una campaña inmisericorde contra el PP en base a la corrupción. La izquierda no descansó hasta que consiguió expulsarlo del Gobierno y fue gracias a una frase sin fundamento jurídico en una sentencia. No importa porque los juristas de Wikipedia se lanzaron sobre su presa y crearon el clima para que la moción de censura triunfara.

A esto se unió la disparatada decisión personal de Rajoy de no dimitir. Esto hubiera parado la operación del PSOE, y el PNV le aseguró que apoyaría a un candidato del PP que no tuviera nada que ver con la corrupción. A partir de ahí el centro derecha estaba sentenciado y hoy tenemos un gobierno social-comunista. Los que gritaban en las calles «no nos representan», arremetían contra el sistema y atacaban duramente al PP y al PSOE ahora forman parte muy gozosos del sistema.

Hasta le han creado un ministerio irrelevante a Garzón para que sea feliz a costa del erario público. En este despropósito en que se ha instalado la política española resulta normal convertir una dirección general o subsecretaría en ministerio como ha sucedido con Igualdad o Comercio. Lo más hilarante es que tengamos los tres ministerios de Educación, Cultura e Investigación que cuentan con escasas competencias y menos recursos.

El problema de Podemos es la eterna crisis interna que vive desde que los padres y madres fundadoras comenzaron su pelea por ver quién era más listo y estaba más capacitado para el liderazgo. No contentos con ello ahora ha eclosionado un conjunto de escándalos que van desde la financiación irregular, incluyendo una caja B y sobresueldos, al culebrón de la tarjeta de teléfono de Dina. El descontrol e irregularidades en las finanzas del partido/movimiento guardan un claro paralelismo con aquello que denunciaban cuando estaban en la oposición. Una vez más me viene a la memoria la imagen del incorruptible Robespierre y tantos otros que le han seguido a los que se puede aplicar el refrán de «consejos vendo que para mí no tengo».

Hay que defender siempre la presunción de inocencia, que en general no aplicaron para sus enemigos políticos, pero hay aspectos muy inquietantes en todo lo que estamos viendo y que explican su retroceso electoral. Al final no eran la izquierda joven y fresca que iba a renovar la vieja política. Era interesante ver si realmente les movía la ilusión por cambiar las cosas y traer un nuevo aire de renovación a ese espacio.

El idealismo siempre es atractivo y las reformas convenientes, pero visto lo visto me reafirmo en mis convicciones ideológicas. No hay nada mejor que el centro, ya sea de izquierda o derecha, para gobernar un país y avanzar en la igualdad que no es lo mismo que el igualitarismo comunista que busca controlar la sociedad y adoctrinarnos políticamente para imponer su totalitarismo populista.