Opinión
Es de bien nacidos ser agradecidos
Es de bien nacidos ser agradecidos. La mayoría de los españoles lo somos y expresamos nuestro agradecimiento a nuestro querido Rey emérito, D. Juan Carlos I, que ha dejado nuestra tierra española y se ha ido a otro país. De profunda consternación y dolor nos dejó esta noticia cuando se hizo pública con la carta que un padre, en este caso Rey emérito, se dirigía a su hijo, D. Felipe VI, Rey de España, en estos momentos, a quien Dios guarde y le conserve muchos años. Siempre hay mal nacidos y el lunes por la tarde lo demostraron una vez más Ya éstos mismos, lo habían demostrado con anterioridad y no sólo ellos, sino todos aquellos que en los últimos días y meses habían sentado, inmisericordes, en el banquillo de los medios de comunicación y lo habían condenado, olvidando cuanto le debemos a D. Juan Carlos I. Difícilmente se puede soportar la presión a la que se le estaba sometiendo a este gran Rey, siempre leal a España; todo tiene un límite. Se le respondió por algunos no sólo con el desprecio, sino con la persecución despiadada, el odio, la «caza» de la persona para derribarlo personalmente, y olvidando quién fue este Rey que tantísimo ha hecho por España, a la que siempre ha servido con lealtad, entrega y espíritu de sacrificio.
Se ha ido, nos ha dejado, porque le importa España, porque quiere la salvación de España, sin ponerla ni en riesgo ni en peligro; y por eso se dirige con humildad y lealtad a su Hijo, el Rey de España, en quien España mantiene la seguridad y se abre a un futuro de Esperanza, que oros parece querer negar tal futuro, tal seguridad, tal esperanza. En varias comparecencias recientes aquí en esta tribuna de LA RAZÓN he manifestado mi adhesión a la Corona con agradecimiento, ahora quiero reiterar este mismo agradecimiento a D. Juan Carlos I por su grandísimo e impagable servicio leal a España, por su entrega con verdadera abnegación y responsabilidad a España, a todos los españoles sin excluir a nadie. Con él vino la concordia, la reconciliación, se consolidó la paz –¿Y así se lo pagamos viéndose impelido por fuerzas oscuras a autoexiliarse y a abandonar a su España querida a la que defendió con verdadero valor y tesón, en situaciones, a veces, harto difíciles que hacían peligrar a España, su seguridad, y su paz tan arduamente conseguida, o haciendo callar a un mandatario de un país iberoamericano que tanto, por contraste, le hizo sufrir a su país y le hace sufrir aún más su legatario o sucesor? Con él vino, trajo, la democracia, el régimen de libertades y la implantación de derechos humanos fundamentales. Él hizo posible la Constitución Española de la que ahora gozamos, aunque algunos parece que les estorba y querrían borrarla. Él lideró la época de la transición, sin vencedores ni vencidos, acompañado, apoyado y asesorado por grandes hombres, que también amaban y les preocupaba por encima de otros intereses España. ¡Cuánto desarrollo económico no ha reportado a España su gestión como monarca!¡Cuántas puertas de economías, de otros países, de continentes enteros, como Europa, ha abierto a España! ¿Y por todo esto tiene que salir de España? Es verdad que no se ha escapado, no se ha ido por la puerta falsa dando un portazo, sino reiterando una vez más su lealtad y su búsqueda de todo el bien para España, despidiéndose humildemente y poniéndose a disposición servicial de quien nos garantiza la rica y gran herencia que nos deja, su hijo, el Rey de España, D. Felipe VI. Nadie le ha echado física ni violentamente, es verdad, pero una persona así se merecía otra cosa. Cierto que no todos son agradecidos, pues parecen… También quiero mostrar mi singular agradecimiento a D. Juan Carlos I por ser y mostrare, como diría nuestra Santa Teresa, un «fiel hijo de la Iglesia», a la que con tanto respeto como cercanía y deferencia ha tratado siempre, y que tanto apoyo –sin menoscabo de nadie ni de otras confesiones religiosas– le ha prestado en todo momento. Permítanme que diga que tantísimas veces, siempre, hemos encontrado en él esos gestos tan necesarios de sentido cristiano que le han brotado con toda naturalidad y que se traducen en la búsqueda y realización del bien común, en la dedicación sin reserva a la unidad de todos los españoles y la sensibilidad tan notoria hacia los más desfavorecidos de la sociedad.
Y hay que agradecerle igualmente su singular sensibilidad para con los jóvenes, que, sin duda han estado y están en el centro de sus preocupaciones principales y de sus objetivos más queridos. Él mismo dijo, con ocasión de la JMJ de Madrid, ante Benedicto XVI: «No son éstos tiempos fáciles para una juventud tantas veces frustrada por falta de horizontes personales y laborales, y que se rebela ante los graves problemas .que aquejan al ser humano y al mundo de hoy. En el trasfondo de todo ello se percibe una profunda crisis de valores. Los jóvenes necesitan no sólo oportunidades, sino también la ejemplaridad de sus mayores, no sólo razones sino actitudes que motiven y alienten su esperanza. Como ha afirmado vuestra Santidad en el Mensaje para esta Jornada Mundial: ‘sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven’. No podemos defraudar a los jóvenes en su legítimo anhelo de hacer realidad sus sueños. Sus aspiraciones y problemas deben ser nuestras prioridades. Es hora de redoblarles nuestro apoyo, de aportarles todos los medios disponibles para que logren abrirse camino, de acabar con el intolerable paro juvenil y de animarlos a tomar la antorcha de los valores que hagan grande a la humanidad». Estas palabras de D. Juan Carlos I, en agosto de 2011, hace ahora nueve años, han venido ahora a mi recuerdo, en la actual circunstancia, puesto que transparentan ese sentir suyo hacia los jóvenes, más aún, hacia un futuro nuevo para ellos y para todos, dentro de una España nueva y renovada, que constituye para todos el gran desafío y reto que nos deja a todos nuestro gran Rey. Un gran Rey al que siempre han animado y animan sus profundas convicciones cristianas, que nunca ocultó, base del rico patrimonio español que necesitamos también para abrir ese gran futuro que nos deja abierto D. Juan Carlos I, como herencia, en su hijo, D. Felipe VI, en la Corona por él restaurada. Y esta actitud de D. Juan Carlos I me hace recordar sus palabras dirigidas a la Conferencia Episcopal Española, en noviembre de 2011: Nos sentimos convocados «a custodiar activamente el rico patrimonio de fe cristiana y de cultura que ha impregnado notablemente nuestra historia». Y es así , porque la aportación del cristianismo ha sido y es «clave para comprender la personalidad histórica de España», como el mismo D. Juan Carlos I reconocía en su discurso de despedida del Papa Benedicto XVI, en su último viaje a Barcelona para consagrar la basílica de la Sagrada Familia. ¿Esto, lo que he dicho en este artículo, es lo que molestaba de D. Juan Carlos I? Pues, a mí, como soy un bien nacido, le estoy muy agradecido e invoco a Dios por él, para que le llene de bendiciones, le colme de su misericordia y de su perdón y le premie lo mucho que ha hecho como rey de España, junto con su esposa la Reina Dª Sofía, su hijo el rey D. Felipe VI y sus hijas y toda la familia real por quienes pido a Dios toda suerte de bienes.
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