Opinión

El plazo largo del romanticismo

El movimiento literario romántico llegó a América desde Europa, se propagó por el inmenso continente con una intensidad excepcional que lo convierte en el fenómeno literario más intenso y de mayor duración. Los límites cronológicos se establecen entre 1830 y 1875, desde el impacto inicial hasta las formas académicas en las que languidece de su ímpetu inicial. Se trata de una prolongada trayectoria que le impone trascenderse en fases muy distintas, teniendo además en cuenta que el fenómeno literario imprime una renovación en la cultura y la sensibilidad, que imponen «imprimaciones» derivadas de la función barroca de la herencia literaria española, o acaso debido a la aparición de focos románticos de la Naturaleza americana. Porque el romanticismo tuvo que adaptarse a una amplia serie de pensamientos emitidos más bien por la naturaleza y las expectativas humanas y sociales, amén de las derivadas de las herencias culturales indígenas y europeas, especialmente, claro está, criollas y de origen hispánico.

Me gustaría glosar las ideas que en tal orden de cosas advierto en la obra de análisis literario de José Miguel de Oviedo, que presenta la considerable virtud de mantener un estricto equilibrio entre lo que se escribió críticamente (pasado indígena) para presentar la historia literaria viva y puesta al día, y ser enfocada e iluminada por un pensamiento literario que ya no es del uso tener en cuenta, y valorar, de nuevo, la expresión literaria: autores clave y textos fundamentales, junto con las ideas que iluminan por qué se escribió del modo que llegó hasta nosotros.

Así pues, es radicalmente importante conocer la expansión romántica en el continente. Desde su cuna original en el Río Plata, se desplazó por toda América; a mediados del siglo XIX era la tradición literaria dominante en todos los países. A ello contribuyó un español nacido en Cádiz, José Joaquín de Mora (1783-1864), crítico liberal que peregrinó por Inglaterra hasta finales de 1826, donde hizo amistad con hispanoamericanos como Bernardino Rivadavia, Andrés Bello y José Joaquín Olmedo; más tarde «descubrió» varios países hispanoamericanos, como Argentina, Chile (donde fundó «El Mercurio Chileno»), Perú, Bolivia… Tradujo, dando a conocer, mediante tales traducciones, libros clásicos como «Ivanhoe», de Walter Scott. Así, en la América de lengua española el romanticismo fue una estética del entusiasmo y el exceso de fervores patrióticos. De esa forma surge el romanticismo cubano, que comenzó temprano poéticamente, con su figura grande, José Martí, y el apasionado romanticismo de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873). Su soneto «Al partir» expresa el sentimiento de un romanticismo intenso y profundo:

«¡Adiós!… Ya cruje la turgente vela…

el ancla se alza… el buque, estremecido,

las olas corta y silencioso vuela»

En 1841 apareció su novela «Sab», considerada la primera novela antiesclavista, y su primer poemario, al que seguirá otro en 1850. Cinco años antes obtuvo los dos primeros premios de un certamen poético organizado por el Liceo Artístico y Literario de Madrid. Su casa de Sevilla fue pronto lugar de reunión de tertulias literarias que ella presidía.

Manuel de Jesús Galván (1834-1910), figura de máxima importancia por «Enriquillo» novela histórica dominicana publicada en 1879, cuya edición completa fue publicada en Santo Domingo en 1882, año del cuarto centenario del descubrimiento de América, donde recoge el clima histórico de la época y encontramos el romanticismo en los personajes. No sólo en la región caribeña, también en México, Guillermo Prieto (1818-1897), fundador de la Academia de Letrán y miembro de El Ateneo Mexicano, y antes que él, Manuel Payno (1810-1894). En el cuento hispanoamericano José María Roa Bárcena (1827-1908), miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, o, en la segunda generación romántica, Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), fundador del Liceo de Puebla y de la Escuela Normal de Profesores de México, y Vicente Riva Palacio (1832-1896).

Nos quedamos sin poder hablar de «María», de Jorge Isaacs, o de los ecuatorianos Juan María Montalvo y Juan León Mera. Imposible agotar la lista, pero no podemos olvidar la poesía gauchesca rioplatense del formidable Esteban Echevarría, iniciador con su poema «Elvira o la novia del Plata» (1832); una gran figura juvenil que sigue modelos literarios de Goethe y Victor Hugo. Dejó una obra maestra, «El matadero» (1871), primer cuento romántico de la literatura argentina. Es verdaderamente difícil encontrar una figura de la intensidad de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), espíritu romántico en grado de pasión heroica. Su espíritu combativo quedó vertido en una formidable obra «Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga» (1845), que fue en varios momentos la expresión de la anarquía del «rosismo» y marca una aguda polémica centrada en la antinomia de civilización y barbarie, una redundancia el mundo europeo e hispanoamericano.