Opinión

Apertura de las aulas

Finalizan, para muchos, estas vacaciones tan «raras» que estamos pasando por causa de la pandemia del covid-19. La tempestad no ha pasado, sigue, y lo hace sembrando grandes preocupaciones por los nuevos y peligrosos rebrotes que se están registrando, en aumento, estos días del verano. El desconcierto y la incertidumbre unidos a múltiples miedos reales e inducidos provocan en la población y sus dirigentes una sensación de impotencia y cansancio grande, aunque se atisban en un futuro, esperamos, no muy lejano vías de solución por el camino de las vacunas. Los medios de comunicación, singularmente las TV, nos llenan de información que no es fácil digerir por ser tanta, tan abundante y a todas horas con lo mismo de la pandemia, los nuevos casos, etc. Todo esto puede dominarnos y debilitarnos para ser libres, para caminar en verdad y para entrar en una fase de esperanza y actuación en responsabilidad personal y compartida. Nos encontramos en la segunda quincena de agosto, a las puertas de comenzar un nuevo curso escolar. Y en este punto las cosas se agravan, porque no se sabe y se teme cómo actuar. La pluralidad de voces y de visiones es enorme, difícilmente digerible. Es cierto que este comenzar un nuevo curso escolar, que la vuelta a las aulas en la educación infantil, primaria y secundaria pueden traer consigo nuevos contagios y no estamos en condiciones suficientemente adecuadas para atajarlos. Así es; pero lo cierto es que sea como sea, de las mejores maneras y con las mejores disposiciones posibles, parece que lo sensato y razonable sea comenzar y abrir las aulas con enseñanza presencial, o semipresencial o vía on line. Está en juego el futuro de la educación de las nuevas generaciones, el futuro de estas nuevas generaciones.

Me paro aquí y me pregunto, porque parece que lo que más preocupa, obviamente y se comprende, con razón, sea el tema de los posibles contagios y que todo se mueva en esa dirección, ¿y qué es de la educación?¿El sistema educativo imperante «educa» de verdad o prepara a los chicos a enfrentarse con la pandemia y asumirla reponsablemente, para ser hombres, personas, conscientes, críticos, libres y creadores, para vivir esta situación y encararla con sentido? De momento parece que esta pregunta no se hace o no se escucha. Pero es esencial y se debería hacer.

Muchas veces, desde esta misma página he apelado a una educación de la persona humana, que no solo a una mera instrucción, ni siquiera a una formación, sino a una EDUCACIÓN que sea capaz de dar sentido a la vida, y ofrecer respuestas a las preguntas más profundas del hombre, que, en esta situación de la pandemia, hasta los niños más pequeños se están planteando, para aprender a ser y situarse humana y adecuadamente ante ella. No nos damos cuenta lo que están sufriendo los niños en y ante esta situación y necesitan ayuda y acompañamiento, testigos, educadores sobre todo, instituciones para ser educados en la verdad que nos hace libres, en la alegría de vivir y sin miedo, en el amor en el que se realiza y expresa esa verdad, en la verdadera responsabilidad, en el sentido del sufrimiento, del dolor, e incluso de la muerte, en el sentido de todo, en el ¿por qué esto y hacia donde nos conduce o vamos o nos encaminamos?, en la apertura a Dios principalísima, y a la confianza y a la vida vivida a partir de Él; un educar para la esperanza y para vivir en esperanza ¿hay un futuro y cómo dirigirnos con los otros hacia ese futuro grande que es nuestro deseo?¿Qué hemos de hacer, qué han de hacer los demás, qué han de hacer los que tienen responsabilidad pública?¿Qué ha de hacer también la Iglesia y sus responsables más directos?

No son cuestiones retóricas, sino cuestiones fundamentales en las que el ámbito escolar debe entrar y no dejarlas en la calle o como un comentario más. Por todo esto, con esta página quiero apelar a los padres, a los educadores y maestros, a los responsables de la institución escolar -sea a nivel nacional, como autonómico y local- que eduquemos de verdad y en la verdad, integralmente y con realismo, y que no soslayemos la educación religiosa y moral que pide el hombre, para serlo, y que confirma al hombre en su verdad en la situación de la pandemia que padecemos. Educar en la verdad, en libertad y para ser libres, responsables, educar en el sentido de vivir, educar en la apertura a Dios y su misterio, en lo que Dios quiere, nos ofrece y nos pide, y nos ha mostrado en Jesucristo, educar en la alegría, educar para que sea posible una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos, una nueva civilización del amor que camina en esperanza y mirada de confianza en el futuro que entre todos corresponsablemente es posible edificar. En todo esto, la Iglesia tiene una responsabilidad y ha de aportar su oferta y palabra de esperanza para estos niños y adolescentes cuando se abran las aulas el próximo mes de septiembre, sin miedos y sin recelos de ningún tipo; ha de mostrar que Evangelio y educación no están reñidos sino que van de la mano, porque el camino de la educación es el hombre y su verdad, el camino del Evangelio es también el hombre y su verdad, y el camino de la Iglesia, es también el mismo, y ella está llamada y existe para servir y no ser servida y para proclamar que la gloria de Dios es que el hombre viva, como vemos en Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.