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El burofax

No nos pongamos intensos: sepan que el burofax no es nada, es un trampantojo

Estás jugando en el patio del colegio y te pegan una soba. La derrota es humillante. Te ha tocado jugar con los paquetes de clase y por más que te esfuerzas nada sirve. Ves las risas de todo el mundo y ya bastante odias perder. El profesor, que ha hecho los equipos, mira desde la banda con esa cara de bobo santurrón, ajeno a tu ridículo. Él apenas da la cara y a ti te mira todo el mundo. Entonces, rojo de rabia, la siguiente pelota que se acerca la pateas por encima de la valla del colegio, lo más lejos y alta posible, para que no queden dudas de tus intenciones nihilistas. Hoy, a eso lo llamamos burofax.

En España el burofax es el equivalente al primer empujón de una pelea de bar, pero en civilizado. Es el aviso de una bronca con heridos, el sujétame que lo reviento con el cuello estirado como una tortuga. Es también, por esta razón, una operación similar a colocar una vía en un hospital: lo primero que te enseñan a hacer en un despacho de abogados. Porque en ese momento los abogados huelen la sangre, es decir, la pasta. El burofax, como el de Messi al Barça, es el abecedario de los malos divorcios, la destilación de los reproches que guardan las parejas que se han entregado al otro demasiado tiempo. Después de centenares de conversaciones, mensajes y correos desabridos, es la comunicación que deja de lado los sentimientos. Desde que entra en juego el burofax, la lucha no entiende de nobleza, aunque la historia común se remonte a dos décadas. Como Messi y el Barça. Pienso ahora en los culés que han llamado Leo a sus hijos y le ven largarse cuando las cosas se ponen feas. ¿Se acuerdan de aquel aficionado que casi tiene que sacrificar a su perro al que había bautizado como Figo? Bueno, pues que aprendan de los del Atleti, que tienen la lección del «mejor no les cojas cariño» ya aprendida con sus ídolos.

Pero no nos pongamos intensos: sepan que el burofax no es nada, es un trampantojo. Solo es un palabro, que, pelado de adornos, no impresiona a nadie. Está al alcance de cualquiera que vaya a una oficina de Correos: se trata de un sistema que acredita que se envía un contenido y que éste llega a su destino. Pero bueno, estamos en el país de invocadores de «habeas corpus» por negarse a llevar mascarilla, así que es normal que a algunos les parezca cosa de licenciados. En realidad, se puede mandar un poema por burofax. O un seis y un cuatro, la cara de tu retrato. Lo que pasa es que, en los últimos casos, medio y mensaje no terminan de encajar. Porque el burofax es el medio del mal rollo por antonomasia. Se puede comunicar por otros canales, pero su acento suena a sacudir con un guante las mejillas del interlocutor. Por eso, erradiquemos ese estigma. Mandemos felicitaciones y recuerdos por burofax. Yo mismo estoy dudando si enviarle al Barça uno comunicándole que no jugaré en el equipo la próxima temporada, como Messi. A lo mejor podrían hacerlo todos los culés descontentos por el fondo y por la forma. O si Messi ha echado la pelota fuera del campo, que se vaya detrás de ella, y a otra cosa.