Opinión
Tumbas españolas en el exterior
Con motivo de un reciente viaje a Azerbaiyán, he tenido ocasión de acercarme a una historia muy poco conocida de españoles que lucharon durante la Segunda Guerra Mundial en la Fuerza Aérea Soviética del Cáucaso en defensa de los pozos petrolíferos de Azerbaiyán.
Al iniciarse nuestra Guerra Civil, el Gobierno de la II República tenía la urgente necesidad de formar a pilotos de combate y, para este fin, llegó a un acuerdo con el de la URSS, mediante el cual más de 500 jóvenes se formaron en la Escuela de Aviación Soviética de Kirovabad, hoy Ganjá, en el centro de Azerbaiyán. A esta Escuela acudió, entre otros, Rómulo Negrín, hijo del que fuera Presidente del Consejo de Ministros de la II República.
Al finalizar la Guerra Civil, los 180 españoles que en ese momento se encontraban en Kirovabad se integraron en el ejército de la URSS. Sin embargo, una treintena, que no eran comunistas, pidieron abandonar la URSS, pero, para su desgracia, fueron internados en campos de trabajo durante 15 años… El resto, unos 150, lucharon protegiendo la zona de Bakú, a orillas del Mar Caspio, donde se extraía el 80% del petróleo que abastecía a las tropas soviéticas y, por tanto, se había convertido en un objetivo principal del ejército alemán en la conocida operación «Edelweiss». Se estima que, al menos, 25 murieron en combate en las filas del ejército de Stalin, algunas de cuyas tumbas se conocen.
Hay tumbas de militares españoles en los cinco continentes, sin que ninguna autoridad española se preocupe del legado histórico y cultural que ello supone. Hay tumbas de militares españoles, además de en Azerbaiyán, en todos los paises de Hispanoamérica, en los de la antigua URSS, Marruecos, Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Dinamarca, Vietnam, y hasta en la lejana Micronesia.
En la isla de Guam, española hasta 1899, se están llevando a cabo unas excavaciones en la bahía de Umatac, en los restos de la iglesia de San Dionisio y su cementerio, donde sin duda hay restos de soldados españoles, porque muy cerca de ella se encontraba el Fuerte de Nuestra Señora de la Soledad. En la isla de Yap, aún se pueden encontrar las tumbas del médico de la Armada Don Francisco Herranz Rodríguez y del alférez del Regimiento de Infantería Magallanes 3, Don Salvador Alcoya Chavarni, fallecidos ambos en 1885. En la isla de Ponapé, se localiza la tumba del coronel Don Isidoro Gutiérrez Soto.
En Saigón, hoy Ho Chi Min, se encuentra un cementerio militar español, donde reposan los restos de soldados que participaron en la expedición franco-española de mediados del siglo XIX y, hoy todavía, se pueden leer inscripciones como la dedicada en español «a la memoria de Juan Mauhorat y Soriell» o «del teniente Juan Román», muertos en combate en mayo de 1859.
Igualmente extraña nos puede resultar la tumba del Capitán de Caballería Don Antonio Costa, del 5º escuadrón del Regimiento de Caballería del Algarve, muerto el 11 de agosto de 1808 en Lyngs Odde, cuando participaba en la expedición española a Dinamarca de 1807. Actualmente se encuentra enterrado en Fredencia y, en cuyo cementerio, se colocó no hace mucho, a instancias de oficiales de Caballería, una lápida con dos sables cruzados.
Para un español comprometido en la defensa de nuestros valores constitucionales, nada debe añadir ni restar el hecho de que los combatientes en el cielo de Azerbaiyán fueran defensores de la causa estalinista, quienes, al igual que los que combatieron en la División Azul, lucharon en su día por la causa que consideraron justa en aquel momento. Al igual que los soldados que perdieron la vida en Cuba, Filipinas, Marruecos, Vietnam, Guam o Dinamarca.
Lo verdaderamente trascendente al día de hoy no debería ser la causa que defendieron, algunas condenadas por el Parlamento Europeo, sino que eran españoles cuya lucha fue consecuencia de su más íntima convicción sobre su idea de España. Por ello, el reconocimiento que le debemos a unos y a otros no debe ser el derivado de la ideología que defendieron, sino el que se deduce de su sacrificio personal, propio de aquellos que formaron parte de ese innumerable grupo de españoles que murieron, en cualquier época, en defensa de España o de la idea que tenían de ella.
Por ello, los olvidados aviadores de Azerbaiyán, al igual que los combatientes de la División Azul, deben merecer el respeto de todo español verdaderamente constitucionalista. Nuestros valores constitucionales, entre ellos el pluralismo político, impiden olvidar a unos para recordar a otros. Ese era, y debe ser, el verdadero espíritu de nuestra Constitución: la reconciliación nacional.
En este sentido cabe destacar la Fundación Indortes, fundación sin ánimo de lucro, que, ante la pasividad de nuestra administración, tiene por finalidad: «fomentar la memoria, conservación, vigilancia y ornato de los cementerios y tumbas de combatientes españoles o bajo bandera de España caídos en lucha, sin distinción de época, lugar, credo o ideología».
Desgraciadamente, las ideas más influyentes hoy día, lejos de fomentar la reconciliación nacional, promueven exclusivamente las actividades relacionadas con los combatientes de ideologías cercanas a la suya, en detrimento de las demás, lo que, en mi opinión, no solo es un enorme error político e histórico, sino que constituye un ataque frontal a nuestros valores constitucionales, a la vez que hace un flaco favor a la convivencia entre españoles.
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