Opinión

Duc in altum. ¡Arriba, adelante!

En esta colaboración semanal voy a atreverme a decir prácticamente lo mismo que les digo a mis diocesanos de Valencia esta semana, con el telón de fondo del rebrote de la pandemia del covid19. Al volver de nuevo a la vida de todos los días con sus tareas habituales, tras las «raras» vacaciones pasadas, dirijo esta carta, y al comienzo de la carta, hago mías aquellas palabras de Pablo: «Os recuerdo el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en él estáis fundados, tal y como lo había recibido, no de hombres, sino de Dios: que Cristo murió por nuestros pecados, que resucitó al tercer día según las Escrituras».(I Cor, 15, 1-11) Es Cristo, y nada más que Cristo, Cristo en la cruz, Cristo vencedor de la muerte, resucitado para nuestra salvación y redención según el proyecto de Dios recogido en las Escrituras. No hay otro Evangelio, no hay ningún otro mensaje de salvación que hemos de aprender, vivir, enseñar y transmitir.

Retomo al comenzar el año pastoral un texto del Evangelio según san Lucas (Lc, 5, 1-11), en el que nos narra que mucha gente se agolpaba para escuchar a Jesús, buscaban sus enseñanzas, sus palabras que eran Palabra de Dios, las necesitaban, andaban dice otro pasaje como ovejas descarriadas, sin pastor: hoy también las necesitamos. Porque necesitamos a Jesús: nos conoce, nos comprende, cura, consuela, nos da la libertad, la sabiduría, la verdad, nos da lo que necesitamos. Recuerdo una anécdota de Granada con unos jóvenes, cuatro hermanos jóvenes enganchados a la droga, medio destruidos ya y, sin embargo, curados al encontrarse con Jesús, a través de un cura medioermitaño en plena Sierra Nevada, lejos muy lejos, en la soledad, que me decían : «Dígaselo a todos, nos ha curado Jesús, el único que salva, porque es patente e infinita su misericordia».

Jesús, en el pasaje de Lucas indicado, se sube en una barca, la de Pedro –siempre Pedro–, la Iglesia, y desde allí habla. Nunca se baja de la barca, aun incluso en tempestades y momentos difíciles, como los que ahora travesamos; está muy cerca sobre las aguas procelosas, y no es un fantasma. De pronto dice a Pedro : rema mar adentro! Y echa las redes!. ¿Cómo se atreve uno de Nazaret, montañés, enseñarles a aquellos curtidos pescadores que sabían mucho de aquel mar y no era hora de echar las redes al mar? Estaba servido el futuro fracaso: «Hemos estado bregando toda la noche que es cuando se pesca, y no hemos pescado nada». Sin embargo, después, la gran pesca, por confiar en Jesús y fiarse de Él.

Lo que nos pasa ahora o las circunstancias nos están diciendo ante la tarea abierta en el nuevo año pastoral a evangelizar : «No te empeñes: si el mundo es imposible, las cosas están mal, si somos solo unos pocos, cada día menos, si hemos trabajado en la parroquia y nada, cada día menos… Si nos estamos esforzando y ya ves… Si estamos viniendo a Misa siempre los mismos o casi los mismos… Estamos cansados, desanimados, hastiados un poco. Nos pasa un poco lo que le pasó al profeta Isaías, en su vocación a profetizar (cf. Is., 6,5-8): pero ¿cómo me mandas si soy «hombre de labios impuros, que vivo en un pueblo de labios impuros»; o como dice Pedro: «Soy un pecador».

Pero Pedro, siempre Pedro, le responde a Jesús, «pero en tu palabra echaré las redes», en tu nombre, por ti, fiándome de ti, como María; o como se puede escuchar al profeta: «Aquí estoy, mándame». Mira Señor, aquí estamos, mándanos a ese pueblo de labios impuros; Vale, porque tú lo dices, por tu palabra, vamos a trabajar un poco más por el Evangelio y volveremos a echar las redes, que eso es evangelizar, sembrar la semilla del Reino de Dios. ¿Y qué pasó? Que hicieron una gran redada de peces. ¿Qué maravilla! Pero más maravilla es que el Señor, Jesús, muriese por nuestros pecados y que venciese a la muerte y traiga la vida para todos. Eso sí que es Evangelio, eso sí que es noticia que nos deja estupefactos, maravillados, llenos de asombro.

Así también a nosotros nos pasa si nos fiamos de Jesús, si en su nombre, siempre en su nombre, fiados de su palabra, nos atrevemos a evangelizar con nuevo ardor, con nuevos bríos. No olvidemos este pasaje, porque es Jesús, es Dios, quien lo ha hecho. O como me contaban, cuando yo estaba en Roma, cardenal responsable de la Congregación para el Culto divino, unos Obispos de un país de Asia, Timor, bajo el imperio comunista e islámico, que de una situación muy precaria por el régimen comunista e islámico habían pasado a una Iglesia floreciente y viva : el gran milagro, «Dios lo ha hecho», me decían. O el que podemos escuchar a san Pablo; «Era perseguidor de la Iglesia, en la que está y con la que se identifica Jesús, y ahora, ya ves, soy apóstol de este Evangelio, de Jesucristo, plenamente convencido: Lo ha hecho la misericordia de Cristo, que vive: “Por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos; aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”».

De esto mismo también nosotros podemos dar fe. Así es. Es Dios quien lo hace. Confiemos en Él. ¿Por qué no nos lanzamos a evangelizar, a anunciar y dar testimonio de Jesucristo? ¿A qué esperamos?¿A qué o a quién tenemos miedo? Es la hora de no desanimarse. ¡Animo! ¡Duc in altum! Que se traduce «mar adentro», y que yo lo digo con esa frase que tanto me habéis oído y me oiréis: ¡adelante!, sin miedo, sin reticencia. Atreveos, atreveos a faenar, echar las redes, a evangelizar. Para eso unidos a Jesús, asombraos de Él, admiradlo. Y para ello, seguidlo sin ninguna reticencia ni cortapisa. «Dejándolo todo lo siguieron». Aquí estoy, mándame. Amunt y Avant, hermanos. Que Dios nos bendiga y nos llene de fortaleza y sabiduría, que aumente y avive nuestra fe, en Jesús, el Hijo de Dios vivo, el que iba a ser condenado, ajusticiado y crucificado, pero resucitaría al tercer día. ¡Ánimo! La fe en el Resucitado vence al mundo. ¡Arriba, adelante, duc in altum!