Opinión

Conse(r)jerías

Desde la Peste de Justiniano sabemos que deben confinarse enfermos y personas vulnerables (con patologías, ancianos…), no toda la población de forma indiscriminada. El confinamiento, la pasada primavera, no debió exceder 15 días. Cualquiera con mínimos conocimientos de economía sabe también que no se puede romper la cadena de producción sin riesgo de condenar a toda la sociedad al hambre. ¿A toda…? No, claro: a toda no: políticos, funcionarios, subvencionados y quienes cobran directamente del Estado, seguirán haciéndolo hasta que no haya un céntimo en caja. Algunas de esas personas pueden así suponer que el confinamiento no es grave, pues a ellas no les afecta. A los millonarios, tampoco. Quien toma la decisión de decretar un confinamiento forzoso estilo chino (método Partido Comunista Chino) durante meses, o bien no conoce los principios básicos de la economía o no le importan, o ambas cosas. Romper la cadena de producción es siempre una catástrofe, jamás una solución. La economía es como los altos hornos: si para, corre el riesgo de destruirse. Se hizo en primavera, hiriendo gravemente al país, con una lesión fatal. Al turismo, que es nuestro petróleo, lo han dejado perecer. Cualquiera que pasee por el centro de su ciudad, de algún lugar del espléndido país que era España, puede ver las llagas producidas por una serie de decisiones tan inútiles como dañinas: mendigos cuya desolada imagen rompe el corazón, negocios cerrados, en venta o alquiler, suciedad, huellas del deterioro en la salud mental de ciudadanos que caminan como zombies con mascarilla… Los confinamientos persiguen una quimera: erradicar la enfermedad, evitando colapsos sanitarios. Algo imposible: solo con las excepciones (gente autorizada a desplazarse por distintos motivos) esa ilusión de aislamiento total ya estaría destrozada, pero se continuaría deteriorando cruelmente el tejido social al detener la actividad económica. Algo infinitamente peor que el virus es la falta de trabajo y de escolarización a niños y menores. Así que la pregunta es: ¿quién toma las decisiones, con qué criterios? Y si finalmente no existió un grupo de expertos asesores, ¿quién aconseja al gobernante?, ¿un tropel de inexpertos…?