Opinión

Mandan, pero no saben

El título del manifiesto firmado por más de medio centenar de sociedades científicas españolas que coge por las solapas y zarandea a gobierno central y autonomías, es una verdadera joya de precisión del mensaje: Ustedes mandan, pero no saben. Cuánta razón, qué exhibición de criterio en las palabras que pueden contarse con una mano abierta. Sí, una verdadera manita a los gobiernos, que diría un futbolero. Pero propone también, no sé si voluntariamente, una reflexión sobre nuestra política.

Digamos, para empezar, que se trata de un decálogo de imprescindible lectura para conocer la preocupación de la comunidad científica española –incluidos en ella los profesionales sanitarios– ante las dudas, bandazos y disputas políticas entre no pocos de quienes administran el poder que hemos dejado en sus manos. Ya desde el principio, les muestra un camino: «acepten que enfrentarse a la pandemia debe basarse en la evidencia científica desligada del continuo enfrentamiento político». Primera en la frente. Segunda: «la lentitud burocrática agrava las soluciones. Frenen ya tanta discusión y corran a la acción». Y tercera: «solo las autoridades sanitarias, sin ninguna injerencia política, deben definir normas, estrategias y gestión de los centros».

Los científicos exigen un protocolo nacional que permita criterios comunes y garantice el principio de igualdad, además de flexibilidad, actualización e incremento de los recursos también para la investigación.

La política es una ciencia noble que ha de buscar el bien común. Pero se ha manejado con tanta frivolidad, atravesado su esencia con tanta insolvencia, gestionado con tanta «inconsistencia profesional y humana» como afirma también el manifiesto, que ha terminado siendo una depauperada actividad en la que apenas creen unos pocos más de los que la ejercen.

Gestionar, tomar decisiones, enfrentarse a los problemas de toda una comunidad, ya sea local, nacional, o mundial, requiere sentido común y generosidad, además de un saber escuchar que aquí son escasos.

Ahora mismo, la casta política –de la que forma parte activa y proactiva el grupo que dijo que acabaría con ella, Podemos– está alejada de ese ideal original. Importa más el poder que el bien común, o la ubicación en las filas de un partido, que la crítica interna. Nos gobierna una élite de ciudadanas y ciudadanos que, en su mayoría, no ha hecho otra cosa que pasar por la política esperando su oportunidad. Las excepciones, quienes vienen de una formación profesional en la empresa o el trabajo, o sea, la vida misma que administran, o los pocos que –como el presidente asturiano, cuya Comunidad es ejemplo de gestión y contención– ponen su compromiso por encima de cualquier otro interés, son los que se diferencian, los que se desmarcan. Pero, en general, no nos gobiernan los mejores, sino los más listos. Y eso es tremendamente peligroso. Más aún si la gestión de la res pública busca más mantenerse que perdurar, vivir el presente que pensar en el futuro de su país.

Ustedes mandan, pero no saben, dicen los científicos, centrando la crítica en su pertinaz ignorancia de lo que la ciencia indica y orienta. La disputa de Madrid es el ejemplo palmario de ese mandar sin saber. O sabiendo, pero sin querer o poder.