Opinión
La travesía por el desierto del centro derecha
El problema para el Partido Popular es que VOX, guste o no, es un partido sólido
La fracasada moción de censura de Vox tiene dos resultados indiscutibles. Los dos afectan a Pedro Sánchez y le otorgan una clara ventaja sobre sus adversarios. En primer lugar ha conseguido visualizar una importante división del centro derecha que afronta a partir de ahora una larga travesía por el desierto hasta que consiga recuperar el gobierno. El otro es que consigue situar a su alrededor una mayoría suficiente con ese variopinto conjunto de siglas e ideologías, que contradice frontalmente lo que decía antes de las elecciones, pero que hace que pueda seguir instalado confortablemente en La Moncloa. Es verdad que no lo será tanto en el Congreso, porque tendrá que hacer concesiones para sacar adelante los Presupuestos. No obstante, hay que tener siempre presente su incuestionable capacidad de resistencia y una adaptación camaleónica a la realidad política.
Es verdad que Vox ha conseguido su objetivo e incluso dudo que quisiera el voto favorable o la abstención del PP. Abascal se dirigía a su electorado y el resto le importaba, dicho llanamente, un pepino. Su objetivo son los votantes del centro derecha y no creo que pueda abrirse camino hacia la izquierda con su sindicato. Su discurso y el de Garriga fueron efectivos, se compartan o no, dentro de una estrategia que implícitamente comportaba también una moción de censura contra el PP. Esto explica la reacción de Casado que no lo tiene fácil con Vox a su derecha y un Ciudadanos siempre complaciente con el gobierno a su izquierda.
Casado consiguió los aplausos de todos aquellos que consideran que Vox es un partido ultra e incluso fascista, pero que son enormemente complacientes con los comunistas, los independentistas y los herederos de ETA. Con estos tres grupos ideológicos, aunque poca ideología tiene alguno salvo la destrucción de España, se puede pactar, pero no con una derecha patriótica que se ha convertido en el principal argumento político de La Moncloa para mantener unido su electorado y el de sus despreciables aliados. Es interesante comprobar que algo totalmente fake como es el carácter fascista de un partido se pretenda convertir en una verdad a fuerza de insistir en ello. No hay nada que lo justifique, pero lo importante es la mentira y la propaganda que son tácticas en las que los comunistas han sido históricamente unos maestros. El fascismo es una ideología muy estudiada y se puede afirmar, sin ningún atisbo de duda, de que Vox no cumple ninguna de las condiciones que permitirían justificar una aseveración tan grave. Es más, si las cumpliera vulneraría los principios constitucionales.
La travesía del desierto del centro derecha será larga y dura. Me recuerda lo que sucedió con UCD y AP durante la Transición. La crisis interna de los centristas, con dinamiteros incluidos en su interior que se pasaron a las filas de Fraga, y la aparición del CDS convirtieron a AP después del 82 en un partido que nunca alcanzaría el poder. Fue necesaria su refundación en el PP y el lento proceso de decadencia del CDS para que Aznar consiguiera la escasa victoria de 1996. El problema para el PP es que Vox, guste o no, es un partido sólido y con una ideología que tiene un indudable atractivo para todos aquellos que detestan un gobierno social-comunista que está apoyado por los independentistas y los herederos de ETA. A esto se une que gobierna gracias a sus votos en varias comunidades autónomas y municipios. No solo no se puede distanciar, sino que le va a resultar muy caro su apoyo tras el discurso de Casado y el voto desfavorable a la moción de censura. Por eso siempre pensé que era más útil una abstención, aunque manteniendo la dureza en el rechazo a la iniciativa de Abascal.
El PP tenía decidido el no desde hacía días y nada hubiera cambiado tras los discursos de Garriga y Abascal. Era una decisión estratégica buscando situarse en el centro así como una expresión del cansancio por las constantes descalificaciones que sufre de los dirigentes de Vox que le llaman la derechita cobarde. Hay que tener presente, también, que el panorama judicial complica, aunque sea injusto, la recuperación de los populares que seguirán sufriendo los ataques inmisericordes de la izquierda política y mediática. Por supuesto, no importa la corrupción del PSOE o de Podemos, incurso en varios procedimientos, porque parece que la única que interesa es la del PP.
El gobierno social-comunista afronta un panorama económico, social y sanitario catastrófico como se comprueba con la decisión de convocar esta mañana un consejo de ministros extraordinario para declarar un nuevo estado de alarma así como por los indicadores económicos que son espeluznantes. En este último caso, las esperanzas gubernamentales, que me parecen poco consistentes, se centran en la UE y la barra libre del Banco Central Europeo. La decisión de gastar, como si no hubiera un mañana y confiando que finalmente se convierta en deuda europea a muy largo plazo, no creo que sea asumida por nuestros socios con la complacencia que pretende La Moncloa y el equipo económico del gobierno. Mientras tanto, Sánchez se ha quedado sin una oposición unida en sus objetivos y más preocupada por el cortoplacismo. Hasta ha conseguido la foto con un Papa al que le habían informado que la intensidad de la ofensiva anticlerical del gobierno social-comunista dependía de su complacencia. Hay mucho en juego y la Iglesia se ha sometido para salvar los muebles. Y, finalmente, con los empresarios destrozados por la crisis y con Garamendi entregado al gobierno nadie se opone a Sánchez. ¿Quién puede sostener que no es el más listo?
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