Terrorismo yihadista

Soy y no soy Samuel Paty

«Nos sitúa unos contra otros cebando cada segundo lo que nos diferencia»

Zoé Valdés

Hace unos días estaba haciendo mi Live o directa Zoeños de la Razón por Facebook y YouTube, leía «poesía exiliada y pateada», como ha llamado el escritor José Abreu Felippe en su antología del mismo título a la poesía de poetas cubanos exiliados olvidados, algunos muertos lejos de su país; entonces, uno de los comentaristas escribió de pronto: «Je suis Samuel». En ese instante, aunque conocía la terrible noticia del último acto terrorista en Francia en el que decapitaron a un educador, por el mero hecho de enseñar la libertad de expresión a través de unas viñetas, no caí en la cuenta de que se refería al desdichado. Claro, yo andaba leyendo por allá arriba, por los celajes líricos, y no me percaté de la importancia de su mensaje. Pido y no pido perdón por la respuesta que di, que no correspondía con su comentario.

Pido perdón, sí, porque en verdad y como casi todos los que hoy somos víctimas potenciales del terrorismo islamista, de cualquier modo, no puedo evitar ser Samuel Paty.

Mucho antes, en mi vida existía Samuel Beckett, al que conocí en el Jardín de Luxembourg, con dos de sus gatos; y por aquella época yo quería ser como Samuel Beckett, y responder igual que él cuando le preguntaron ¿por qué escribe usted?: Bon q'à ça. Pero, ahora debo añadir a lo que soy, a ese otro Samuel Paty, decapitado por un terrorista islamista checheno, el que según dicen pagó a varios alumnos del señor Paty para que le informaran los más mínimos detalles de su profesor.

No sé cómo podrán continuar viviendo estos alumnos de Samuel Paty, pero el hecho es que yo de sólo pensar en ellos ya no puedo vivir como antes. Y, así van deformándonos la vida que nos queda, el tiempo que nos queda, antes que cualquier subnormal islamo-comunista decida rebanarnos el cuello, o nos lleve una pandemia del partido comunista chino, o nos impongan cualquiera de esos finales no escritos en nuestros destinos, sino en el de ellos, que de ninguna manera tienen que ver con Dios ni con la lógica.

Lo que más me incomoda de esto es que soy de las que creo en que el único valor moral es la lógica, hoy lo comenté en el post de otro amigo. Sin embargo, cada día hablo más y me ocupo más de destinos retorcidos muy distantes de lo que habría impuesto el raciocinio.

«Soy Samuel Paty», pese a mi desprecio absoluto a cualquier tipo de colectivismo en donde crece la mala yerba de la inmoral y lo ilógico; pero, me lo han impuesto, a pulso de violencia y emociones.

«No soy Samuel Paty», porque me he cansado. Je suis fatiguée de tout et de rien. De modo que lo único que alcanzo a ser es un ser cansado, harto y abatido; supongo que como la gran mayoría. Al observar de nuevo, allí, en el lugar de los hechos, –donde se supone que haya caído decapitado un maestro que sólo quería enseñar a gente que tal vez no deseaba aprender–, otra vez ramos de flores, carticas, velas encendidas, peluches en su honor, lo que me entra es unas ganas de vomitar inaguantables, un asco que estoy segura que muchos de ustedes comprenderán porque también lo sentirán.

Otra vez el Imagine cobarde y entreguista que lo único que enseña a los terroristas es el pavor que nos invade, y que les envía un mensaje nefasto: han ganado con todo nuestro cuentecito de paz y tonterías en el que ellos no creerán jamás, y con lo que sin duda alguna contaban de antemano.

Si yo hubiera encontrado a Samuel Paty como mismo encontré una tarde a Samuel Beckett, le hubiera alertado, por supuesto, si yo hubiera sabido: «No enseñes lo que no quieren aprender. No enseñes libertad a los que no quieren ser libres. No le tires margaritas a los esclavos». Hoy todavía Samuel Paty estaría con vida; en caso de que hubiera deseado oír mi consejo.

Pero no nos conocimos, no me lo tropecé, nunca pude advertirle. Y ahora él no es más él, y yo estoy obligada a ser él, como mismo fui Charlie, como mismo fui los del Bataclán, los de Niza, y los de Barcelona, y todos ellos, que queriendo enseñar de manera generosa e inocente han entregado sus vidas por nada, por una ideología disfrazada de creencia, que lo único que han conseguido mezclar entre ellas es el odio que las embarga por la vida y por la creación.