Opinión
Lo que no tiene es remedio
El problema de esta o de cualquier iniciativa bélica contra la mentira sea o no institucional, es que esa verdad sin remedio suele ser, en el mejor de los casos, un irreparable daño colateral
El lunes hizo treinta y un años de la caída del Muro de Berlín. Alguien ha tenido la amabilidad de colgar en una red social una declaración de Pablo Iglesias, vicepresidente del gobierno de España, en la que dice textualmente: “La caída del Muro fue una mala noticia para todo el mundo porque quitó el miedo a buena parte de las clases política y económicamente dominantes”. ¿El miedo a qué? me pregunto, ¿a la revolución comunista? ¿a la dictadura del proletariado? No es una declaración reciente, de hecho la imagen es en blanco y negro. Oscura, como el mensaje del hoy vicepresidente.
En la misma red social, alguien ha colgado, el mismo día, una encendida declaración de la ministra de Igualdad, Irene Montero, emitida en marzo de 2018, en la que vomita sobre una iniciativa parlamentaria del gobierno del Partido Popular para controlar las noticias falsas en la red. Dice la actual ministra -entonces oposición que junto al PSOE rechazó aquella propuesta- que el PP lo que busca es coartar la libertad de expresión en las redes con la excusa de querer garantizar la veracidad de las informaciones. Navegando por la misma red social, descubro la lapidación a un ciudadano bienhumorado, de izquierdas y de inteligencia contrastada, que ha tenido la osadía de cuestionar el régimen de libertades y felicidad de la República Popular China.
Me pregunto si todo esto es o no de la incumbencia del gobierno a la hora de preservar a la incauta ciudadanía de las mentiras o falsedades en la red. Pero no hallo respuesta. En primer lugar porque el gobierno sólo ha dejado caer que tiene la intención de reorganizar una serie de departamentos para dotarles de capacidad de control y “monitorización” -que es un palabro espantoso cuyo significado RAE implica ya la existencia de anomalías previas- en aras de un bien común universal y bajo el auspicio de la Unión Europea. Es, de momento, una propuesta de construcción burocrática.
La segunda razón está en lo impreciso y necesariamente brumoso de cualquier tipo de control gubernamental sobre los contenidos que se mueven en el amplísimo océano de internet y en las a menudo ponzoñosas aguas de las llamadas redes sociales. ¿Qué es información y qué mentira? ¿Dónde fijamos fronteras y orígenes de lo que no se pueda o deba saber? Y sobre todo, ¿Quién lo hace? ¿Es China el ejemplo? ¿Rusia el enemigo? Nunca es triste la verdad, cantó Serrat, lo que no tiene es remedio. El problema de esta o de cualquier iniciativa bélica contra la mentira sea o no institucional, es que esa verdad sin remedio suele ser, en el mejor de los casos, un irreparable daño colateral. En el peor, el objetivo a batir.
La verdad en forma, por ejemplo, de declaraciones públicas pasadas hoy improcedentes, o de hechos y compromisos no ajustados a un presente distinto. Más cabe aún la sospecha sobre el objetivo real del plan, cuando su emisor ha defendido sin rubor una cosa y la contraria en intervalos cortísimos de tiempo, días incluso, como aquello de que no dormiría tranquilo con quien poco después matrimoniaba en gobierno.
Queda sólo un consuelo, su probada insolvencia. Que ojalá aquí se desnude como acaba de hacerlo un grupo de estudiantes valencianos que ha puesto en marcha una web con información puntual y precisa sobre las medidas anticovid en cualquier rincón de España. Se llama “QueCovid.es” y llena el vacío que ni el gobierno central ni uno solo de los autonómicos ha sido capaz de cubrir desde que hace nueve meses nos asaltó la maldita covid.
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