Opinión
Ha muerto un sacerdote santo
Ayer mismo, en la ciudad de Alacuás (Valencia) celebré el funeral de Sebastián Alós Latorre un sacerdote de viva, firme y sólida fe, entrañable y bueno, pastor conforme al corazón de Dios, que nos ha dejado un testimonio de santidad admirable. Humilde y sencillo como pocos, que estuvo junto a nosotros, pasó al lado nuestro de puntillas, en silencio, discretamente, haciendo el bien, sin querer figurar, sirviendo a los pobres, sin buscar ni cosechar aplausos ni parabienes, sin ideologías y con la sola fuerza de la caridad, apoyado en Dios y nada más, con una confianza sin límite en ÉL. Para muchos fue un sacerdote anónimo, uno más, casi desconocido, pero ejemplar para nosotros sacerdotes, para mí su obispo y su amigo desde hace muchos años, para cristianos y no cristianos, para todos.
En su vida sacerdotal fue una encarnación viviente del Buen Samaritano, del Buen Pastor, que da la vida y la va dejando a jirones por donde pasa, porque se tomó muy en serio en seguir la llamada de Jesús. En serio, pero siempre sonriente y sin componendas, siguió a Jesús, a quien acompañó con la cruz hasta el último de sus días, porque sólo él supo la amargura y el sufrimiento que padeció en bastantes años de su vida, sobre todo en sus últimos años, con la cruz de la enfermedad a cuestas del Párkinson que le deterioró físicamente hasta el extremo, y callaba; nunca se lamentaba; es más siempre con la sonrisa en la boca. No dejó de sonreír en medio de sus muchos dolores.
Sirvió como sacerdote consiliario de la Hermandad Obrera de la Acción Católica (HOAC), como responsable de la pastoral obrera en la diócesis de Valencia, al frente y animando las actividades de formación del Instituto Social Obrero (ISO), como Consiliario de Justicia y Paz de la diócesis valenciana, como Delegado de Cáritas Diocesana. Siempre al servicio de los últimos y junto a ellos: los obreros, los más desfavorecidos, los pobres de verdad. Creyó que la Iglesia éramos todos los bautizados y promovió la presencia y corresponsabilidad de los seglares en la Iglesia y así fue el Secretario de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, con criterios claros, de verdad y de eclesialidad y comunión, en años no fáciles para el apostolado seglar y los movimientos apostólicos. Trabajó por la paz; realmente bienaventurado y dichoso por trabajar por la paz y la unidad. Doy fe de ello, cuando él, desde el Secretariado de Apostolado Seglar y un servidor, desde el Secretariado de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la fe, trabajamos juntos por reorientar algunas corrientes secularizadoras, críticas, inmersas en ciertos sectores del laicado.
Era una persona muy inteligente y muy bien formada en la verdad del Concilio Vaticano II, sin duda, de la Constitución de la Gaudium et Spes, porque estaba muy arraigado en las enseñanzas de la Constitución sobre la Iglesia, de manera particular en su último capítulo sobre la santidad de la Iglesia.
Y así tuvimos la dicha de ver a Sebastián, un pastor tan inserto en el mundo, tan profundamente secular, tan enraizado en la tierra, tan hondamente comprometido con las realidades temporales, con las pobrezas y con las necesidades del desarrollo y la promoción humana, y, al mismo tiempo e inseparablemente, encauzando y dirigiendo en la diócesis la vida espiritual, puesto que designado como director de la Delegación Diocesana de Espiritualidad, donde realizó una labor extraordinaria digna del mayor encomio. Un sacerdote de una pieza, hombre de Dios, amigo fuerte de Dios, en expresión teresiana, hondamente espiritual y por eso mismo tan comprometido como estuvo, sin alharacas y sin propagandas mitinescas, con la causa del hombre, sobre todo con la de los indefensos y la de los pobres, los pobres de verdad.
En Sebastián Alós pudimos ver al hombre que se creyó lo del Evangelio, singularmente el capítulo 25 de san Mateo, que creyó que es verdad que Jesucristo se identifica con los pobres, los hambrientos, los enfermos, los sufridos… que se despoja de su rango, se rebaja, toma la condición de esclavo, de siervo y servidor, hasta dar la vida y morir por nosotros y con nosotros en la Cruz. No hizo separación entre dogma y praxis moral, implicadas mutuamente entre sí, y consideró este capítulo del Evangelio de Mateo como una página de cristología; se apoyaba en las Bienaventuranzas en las que vio el autorretrato que Jesús nos dejó de sí mismo. En este sacerdote pudimos comprobar al hombre de las bienaventuranzas, que pone su confianza enteramente en Dios, que es pobre, vive para los pobres y con los pobres, es misericordioso, manso y humilde corazón, hombre de la verdad y limpio de corazón, incomprendido muchas veces, buscador de la justicia que se encuentra en Dios, difusor por donde iba de perdón y de consuelo. Y por esto mismo era feliz, muy feliz, y esparcía a raudales felicidad, alegría, consolaba a los tristes y levantaba el ánimo de los caídos y desalentados.
Fue, según yo pude comprobar en él, un hombre de la fe y de la confianza en Dios, que no pretendió ninguna grandeza ni ningún honor, sino que confió en Dios como un niño recién amamantado en brazos de su madre, se sintió muy amado por Dios y por eso amó tanto a los demás particularmente a los que son los preferidos de Dios, a los que Él ama con predilección: los pobres. Y se abrazó a la cruz, y murió abrazado a la cruz. Hombre de oración, oró mucho por el pueblo, por los demás, porque les amó mucho. Descanse en paz, en Dios, este hombre de Dios y hombre para los demás, especialmente los que no cuentan, con los que se identificó porque se consideraba como uno de ellos, uno más. Así son los "santos de al lado", en expresión del Papa Francisco: este fue Sebastián Alós Latorre.
Damos gracias a Dios por este regalo suyo a la humanidad, a la Iglesia, a la diócesis de Valencia y a su presbiterio. Sigamos, en particular sus hermanos sacerdotes, su testimonio y su ejemplo, que sólo es posible con fe, caridad, con humildad, con la cruz y la pobreza, con la gracia de Dios. Un verdadero signo de esperanza, obra de la gracia que cinceló Dios como el verdadero artífice e infinito artista, orfebre, que hace obras tan bellas y cincela con su gubia purificadora estas joyas de vida.
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