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Opinión
La educación de calidad es esencial para acercarnos a una sociedad de ciudadanos libres e iguales. Pero con la calidad del modelo tiene muy poco que ver la discusión política que rodea a la reforma del sistema educativo cada vez que los españoles elegimos un nuevo Gobierno de la Nación. El vicepresidente Pablo Iglesias y Gabriel Rufián se han apuntado en su colección de medallas la nueva ley educativa, satisfechos con que sirva como un nuevo elemento de agitación de la izquierda y la derecha. Que suenen los tambores, que cuanto más fuerte suenen, más seguros están de que cumplen con su misión política.
Pero aquellos que se reivindican como los más cercanos al pueblo, los que sacan pecho por ser de barrio obrero, parece que han perdido la conexión con la realidad. Los problemas de nuestro sistema educativo, que sufren más los chavales que siguen viviendo en barrios obreros y que sí son del pueblo, no tienen nada que ver con que haya más o menos colegios concertados ni con el papel de la Religión en nuestro sistema docente. En lugar de ver a la educación concertada como un enemigo a vencer, ganarían mucho más los alumnos más débiles del sistema si los políticos fueran capaces de diseñar un plan conjunto para la mejora de la calidad educativa, en el que lo importante no fueran las banderas meramente ideológicas sino los resultados de los estudiantes.
Me comentaba esta semana un profesor de un instituto público que no entendía por qué en lugar de centrar todos los esfuerzos en la bandera de perseguir los centros concertados no se hacía un estudio de sus aspectos positivos para trasladarlos a la escuela pública. Una reforma de verdad, no política, del sistema de enseñanza pensando en los alumnos y no en los votantes. El eslogan de que los recursos públicos que van a la concertada explican los fallos de la escuela pública es falso. El problema está en los profesores desmotivados, los resultados mediocres, la falta de adaptación del sistema a la realidad del mercado y que muchos jóvenes siguen en las aulas simplemente porque no tienen nada mejor que hacer. Educación pública, SÍ. Pero, ¿por qué en los barrios de renta más baja hay más preferencia por los centros concertados que por los públicos? ¿Y por qué los que agitan los tambores llevan a sus hijos a colegios privados o, si acaso, a públicos, pero de la élite? Que también los hay para ellos.
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