Opinión
Vacuna y presupuestos
De un tiempo a esta parte, a Pedro Sánchez le están saliendo más canas. Basta observar las últimas fotografías. Envejece a ojos vista. Debe de estar pasándolo mal. Se le ve menos animoso, más cabizbajo, como cansado y apagado. A ratos parece cabreado. Es natural. Al presidente se le amontonan los problemas. Trata de disimularlo en sus comparecencias, pero no ve salida a la situación. Todo le sale mal, como si estuviera gafado. Ahora, sin olvidar la persistente crisis sanitaria y sus consecuencias económicas y sociales, saltan la crisis migratoria con la invasión descontrolada de los cayucos en Canarias –un punto nacional muy sensible–, el retraso de las ayudas europeas y el ruidoso rechazo social a la «Ley Celaá». Un desbarajuste, se mire como se mire, y, para alivio de males, con un equipo ministerial visiblemente desunido.
Pedro Sánchez se siente incomprendido. Sufre el «síndrome de la Moncloa». Lo que más siente es que se metan también con su mujer. Nota que arrecian las críticas, con mandobles por todas partes, mientras se le desvencija el Gobierno. El comportamiento de Pablo Iglesias empieza a parecerle, si no desleal, inquietante. Lo que temía está sucediendo. Puede que haya noches que le cueste conciliar el sueño. A él no le asustan las propuestas radicales de izquierda, qué va, hace tiempo que ha superado personalmente los márgenes ortodoxos de la socialdemocracia. Lo que le preocupa es la actitud por libre, casi en rebeldía, de su socio, que conduce a la ingobernabilidad y que levanta una ola de malestar en el partido. Los históricos, los dirigentes regionales y las mejores cabezas de la izquierda civilizada muestran a cencerros tapados, y algunos abiertamente, su desconcierto ante la deriva del Gobierno. Y la crítica se centra, de forma inequívoca, en la persona del presidente Sánchez.
Le consuela pensar que todo es culpa de la derecha, que no se resigna a estar en la oposición; pero ha llegado ya a la conclusión de que así no se puede seguir. Su esperanza está puesta en la vacuna y en los presupuestos. Son sus dos tablas de salvación. Aprobadas las cuentas, no hay quien le mueva el sillón. Entonces tendrá las manos libres. Será el momento de los cambios y de disfrutar sin sobresaltos, con la vacuna, de la erótica del poder. Asegurada la continuidad, puede haber incluso, quién sabe, un cambio de rumbo sin Iglesias.
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