Opinión

Climas

La política puede hacerse «en positivo» o «en negativo». En positivo, Angela Merkel es un ejemplo perfecto. Un buen ejemplo, en todos los sentidos. Pese a algunas sombras y errores (Gran Recesión, crisis migratoria…), la canciller alemana es un modelo benéfico, todo un prototipo de positiva cordura, un espejo donde deberían mirarse muchos políticos, en el presente y el futuro. Una vez le preguntaron qué podía aprender su partido, la CDU, de Levi’s o Coca-Cola, y respondió que la política, como las grandes marcas, debería aprender a ser «coherente, identificable y confiable». Sin duda, una magnífica respuesta, sagaz, juiciosa y «en positivo», que presumiblemente jamás hubiese salido de boca de la mayoría de nuestros dirigentes patrios, que no habrían desaprovechado la oportunidad para responder «en negativo», abundando de paso en esa tradición tan hispana de denigrar a las empresas. Solo el necio se niega a aprender, incluso del enemigo, aunque lo peor no es eso, sino la negatividad que desprende tal actitud, que acaba por intoxicar tanto el discurso, lógicamente mentecato, como a los seguidores del mendrugo que lo propala. Porque los políticos hoy no solo tienen votantes, o ciudadanos adeptos a sus consignas, o afiliados, o clientes que dependen de sus subvenciones…, sino seguidores: «followers». El «supporter, follower, believer», es la unidad básica de la masa emocional e impulsiva que sostiene al político, y se retroalimenta de él, esparciendo en su entorno las consignas del «líder», regándolo todo con aquello que él irradia, y contaminando sus hábitats con negrura perniciosa y agresiva cuando «sigue» a políticos de esencia negativa. En vez de lanzar mensajes de confianza, tranquilidad, esperanza y seguridad (como haría Merkel, y ahí radica su éxito en unas urnas libres de toda sospecha de manipulación), el político negativo arroja a sus mesnadas electoras el alimento ideológico envenenado de la insatisfacción, el pesimismo y la incertidumbre. Les obsequia con el regalo emponzoñado de consignas que hacen crecer en el ciudadano la sensación de inseguridad y sospecha, y un fanatismo arrebatado y malicioso. Todo lo cual redunda en el clima social que vive un país en su conjunto. Como estamos comprobando.