Opinión
Una Constitución reinterpretada, por Vicente Vallés
«Empezarían por exigir que se cambiaran las primeras palabras del preámbulo»
«Nosotros, el pueblo…». Los padres fundadores de Estados Unidos encontraron las palabras más adecuadas para el preámbulo de su Constitución, que ya tiene más de dos siglos de vida. Aunque no son menos adecuadas las palabras con las que se inicia el preámbulo de la nuestra: «La Nación española…».
La gran ley americana fue escrita hace más de dos siglos y sigue muy viva. Precisamente, para mantenerla vigente se han llegado a proponer más de treinta enmiendas parciales, de las que 27 fueron aprobadas con un consenso general y, por tanto, incorporadas al texto original. Y el consenso hace que se pueda mantener ese famoso encabezamiento: «Nosotros, el pueblo…». ¿Encontraríamos en España la manera de reformar para mejorar algunos aspectos de nuestra Constitución, y mantener el encabezamiento de «La Nación española…»?
Sería muy necesario, y hasta deseable, que España pudiera entrar en un periodo de reformas constitucionales parciales. Nuestra gran ley nos ha dado más de cuatro décadas de democracia, algo que este país nunca antes había sido capaz de concederse a sí mismo. Pero, igual que la Constitución americana, la nuestra podría rejuvenecer y adaptarse a las nuevas circunstancias con algunos retoques.
Es una desgracia, y también una realidad incontrovertible, que en la España que se acerca a 2021, polarizada y rasgada por el creciente sectarismo que se enseñorea entre nosotros, no es realista pretender un acuerdo general para casi nada. Menos aún, para modificar la Constitución en un ambiente político y social de normalidad y consenso.
Imposible, sin duda, si hablamos de los grandes asuntos nacionales. Y esto es así porque el pacto de 1978 ya no es asumido por partidos políticos que ahora están en el Consejo de Ministros o forman parte de la mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno. Unos y otros, llevados de la mano por el PSOE, primer partido nacional de la izquierda que, precisamente, alumbró la Constitución.
En la Transición, los dos extremos del espectro político se comprometieron a no tirar de su lado de la cuerda para que no se rompiera. Hoy, en el cuadragésimo segundo aniversario del referéndum constitucional, cada extremo tira con tal fuerza de su lado que la cuerda se está deshilachando.
Un ejemplo claro de la imposibilidad de acometer con sosiego una reforma es que no se encontrará a un solo partido que insista en mantener la preeminencia del hombre sobre la mujer en la sucesión al trono. Pero los grandes partidos nacionales no han planteado esa modificación porque saben que el debate derivaría, por empeño de un sector de la izquierda y del independentismo, hacia la propia existencia de la Monarquía parlamentaria. De hecho, empezarían por exigir que se cambiaran las primeras palabras del preámbulo: «La Nación española». Y si no se reconoce eso, no se reconoce nada.
Pero el riesgo de no introducir los cambios que serían necesarios es que alguien con poder pretenda saltarse la letra y el espíritu de la Constitución reinterpretando su contenido a conveniencia, y colocando en el Tribunal Constitucional a vocales afectos, dispuestos a certificar como válidas tales reinterpretaciones. Cuestión de tiempo.
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