Opinión

Adagio lamentoso

El día en que Augusto Gerke cruzó el umbral, a Tchaikovsky le resultó fácil entender que le tocaba morir. Su antiguo compañero de la Escuela Imperial de Jurisprudencia de San Petersburgo era parte del tribunal de honor que lo juzgó en secreto por el escándalo y le traía el arsénico. El rubísimo sobrino del duque Stenbock-Fermor había sido, como la dulce manzana para Eva, el motivo de su condena, el peso que inclinó el fiel entre la hipocresía social de las clases altas –que toleraban con una ceja alzada la homosexualidad– y el escándalo imperdonable. El duque se había quejado al zar Alejandro III y, por evitar el destierro de Piotr Ilich y la deshonra y la ruina de su familia, la entente de caballeros recomendó el suicidio. El día 28 de octubre de 1893 se estrenó la sinfonía «Patética», y justo una semana después, el 6 de noviembre, fallecía Piotr Ilich Tchaikovsky, a los 53 años. Nunca sabremos si las cosas ocurrieron como aquí escribo o si lo mató el bacilo del cólera, por beber agua sin hervir, como aseguró su hermano Modesto, pero es difícil sustraerse al embrujo de la historia del arsénico cuando se oyen las notas de apasionada emoción vital de la sexta sinfonía y luego todo se desbarata en ese desolador movimiento final en el que la muerte arrasa. Parece un epílogo.

Tchaikovsky era un homosexual atormentado, como escribía en las misivas a Modesto, que también lo era. Intentó «resolver el asunto» casándose con Antonina Miliukova, una antigua alumna, un desastre que apenas duró un mes y lo sumió de nuevo en la depresión, por los requerimientos sexuales de la joven esposa. La época era lo suficientemente flexible como para tolerar en privado lo que deploraba en público. Es larga la lista de alumnos y jóvenes intérpretes masculinos que se relacionaron con el compositor y viajaron con él con discreción por toda Europa y Estados Unidos. A mí me apena enredarme en todo esto, lo confieso, porque la música debe estar por encima de la biografía, pero me resulta inevitable, por culpa de ese último y terrible «adagio lamentoso».