Sociedad

Primeros días del año

Dicen que 2020 es un año para olvidar que no olvidaremos, y es cierto, pero tampoco debemos perder de vista que todo es susceptible de empeorar. Así que dejémonos de vanas tonterías y pongámonos a trabajar para que, sumando fuerzas y aunando civismo y también altruismo salgamos de este bache de la humanidad. Sí, esto es como una posguerra mundial en medio de una era amable como la que estábamos viviendo. El confinamiento, la gente muriéndose a chorros, el cierre de los negocios, la ruina económica han sido el desayuno de cada día sin que nada ni nadie pudiera parar la calamidad en que vivíamos sumidos desde el 14 de marzo. Ahora que el año ha terminado y que la vacuna está empezando a administrarse nos damos cuenta de que el peligro está siempre a la vuelta de la esquina para atacar tanto al fuerte como al débil. La agresión en lo físico y en lo económico, como hemos ido viendo y notando en nuestras propias carnes, nos ha destapado la realidad de cuales son las parcelas más vulnerables de la humanidad, pero no podemos olvidar otra más importante que es la de los sentimientos, esos que se han visto destruidos por falta del contacto físico, por falta de compañía, todos esos que murieron en soledad. Sí, ha sido un tiempo falto de gentes felices. Pero, sin ánimo de ser cenizo, no debemos creer que porque el año haya terminado todo vuelve a ser como antes. Soy mujer de poca fe y por eso me consta que en la vida todo nos lo tenemos que luchar, nada viene de regalo. La felicidad es algo que individualmente debemos procurarnos, sin sobrevalorar nada. Por ejemplo, sobrevaloramos la belleza de los cisnes, que son unos animales antipáticos, hostiles y sucios. Emiten unos graznidos desagradables y atacan cuando menos uno se lo puede esperar. Una amiga de la adolescencia se hacía llamar Swan, porque su nombre de pila, Rosario, le parecía poco delicado y elegante, ignorando que el animal al que quería parecerse es hostil y escatológico.

Me envía un mensaje de felicitación la directora de Espejo Púbico deseándome muy cariñosamente salud, abrazos y trabajo porque han sido las tres enormes carencias que hemos tenido a lo largo de estos meses de pandemia. Incidamos en ello, pues, y seamos realistas, que los que andan montados en la utopía mucho abarcan y poco aprietan.

España no está entre los países de más alto índice de felicidad: estamos en el puesto 28, y eso que vamos sobrados de ingredientes para serlo, como el buen clima, buena gastronomía, una geografía bellísima que nos rodea tanto por el interior como por las costas, por eso vienen de todas partes a vivir en busca de esa ansiada felicidad. Pero tenemos unos gobernantes que ponen trabas al progreso, a los emprendedores, a quienes quieren prosperar y tener una economía saneada aunque nunca debemos olvidar que nada es para siempre y que los que están ahora puede que en un tiempo ya se hayan ido, y que el progreso y el bienestar retornará como ha ocurrido en otras ocasiones. Nada es para siempre, digo, ni lo bueno ni lo malo, así que sentémonos tranquilos esperando que la situación evolucione hacia bien.

Estamos empezando un año que no sabemos como se va a comportar. Hagamos lo posible para que sea como deseamos.