Opinión

Ministro-candidato demagogo Illa

Salvador Illa alterna sus funciones de ministro de Sanidad con las de candidato socialista a la Generalitat catalana. De ahí que fusione planteamientos pretendidamente técnicos –como ministro– con discursos demagogos –como candidato–. Así, en una reciente entrevista, Illa declaró que la pandemia de coronavirus nos ha enseñado que fue un error recortar en sanidad pública así como lo fue dejar de fabricar vacunas y otros productos sanitarios en España. Mimetizando el discurso de Podemos en esta materia, Illa apuesta por utilizar al Estado para potenciar los sectores que quepa considerar estratégicos: verbigracia, todas las industrias relacionadas con la sanidad. Parece lógico: si hubiésemos tenido una formidable industria sanitaria, no habríamos padecido desabastecimientos de mascarillas o de EPIs, habríamos dispuesto de muchos más tests para detectar el virus o incluso habríamos sido capaces de desarrollar autónomamente la vacuna.

¿Qué podría salir mal en los planes socialistas? Pues, en esencia, que Salvador Illa está incurriendo en la principal treta tramposa de cualquier político: prometer a los ciudadanos que pueden tener más de todo, ocultándoles que nada es gratis y que, por tanto, invertir más en algunos sectores supone invertir menos en otros. En el caso que nos ocupa, y con el drama de la tragedia tan vívido, parece evidente que deberíamos haber contado con capacidad para producir más material médico o que deberíamos haber contado con más camas en los hospitales españoles.

Pero, ¿quién en 2019 habría sido capaz de anticipar un desastre como el que nos azotó en 2020? Y si nadie, tampoco el Gobierno, pudo preverlo, ¿cómo confiar en que las inversiones que nuestros políticos decidan hacer hoy van a ser las que necesitaremos el día de mañana? El próximo desastre al que nos enfrentemos no podemos anticiparlo: si fuera una guerra, necesitaríamos mucho más material bélico; si fueran unas malas cosechas globales, necesitaríamos de muchos más alimentos nacionales; si fuera un rearme arancelario mundial, requeriríamos de más producción interna de todo cuanto pudiéramos querer consumir, etc.

La cuestión es que no podemos tener mucho más de todo ello a la vez porque los recursos no son infinitos. De nada sirve mirar al retrovisor y plantearse en qué deberíamos haber invertido para evitar la última crisis si lo que realmente debería preocuparnos son las crisis que están por venir. Y la mejor forma de prepararnos para esas crisis que están por venir es contar con una economía libre, flexible, ahorradora y no asfixiada por impuestos, regulaciones y deuda pública. Una economía que, merced a todo ello, tenga la capacidad de reinventarse con rapidez cuando emerge un nuevo reto (sea este el que sea). Y ese tipo de economía es justo la opuesta de la que propugna gran parte del ideario de PSOE y Podemos.