Opinión

Voluntariado

Martínez-Almeida y Díaz Ayuso pidieron ayuda a los madrileños para despejar la nieve de los portales de su vivienda: una llamada a la colaboración ciudadana que sin embargo fue recibida con desdén por amplios colectivos de la izquierda, para quienes la nieve debería haber sido retirada por los servicios públicos y no por los propios ciudadanos. El mensaje ciertamente contrasta con algunas de las ideas que más gusta repetir a la izquierda: por ejemplo, que hemos de revitalizar el sentimiento asociativo dentro de nuestras comunidades o que hemos de reemplazar la búsqueda del lucro por el voluntariado. Pero hay una explicación sencilla para esta aparente contradicción: la práctica totalidad de la izquierda patria es una izquierda profundamente estatista, lo que implica que la realización de todo su programa ideológico tiene como propósito último agrandar el tamaño del Estado y de su burocracia. O dicho de otra forma, cuando la izquierda patria apela a la comunidad o al voluntariado, no lo hace porque desee promover sistemas de autoorganización social en los que el sector público resulte prescindible, sino porque considera que ese tipo de mensajes facilitan la legitimación del intervencionismo estatal. Así, cuando la alternativa se plantea en términos dicotómicos entre mercados y voluntariado, la izquierda claramente apostará por el segundo como forma de marginar a los primeros. Pero cuando, como en el caso de la nevada, la alternativa se plantea entre burocracia estatal y voluntariado, esa misma izquierda abrazará fanáticamente la primera opción. En realidad, mercado, tejido comunitario y Estado no deberían ser vistos como instituciones radicalmente incompatibles: según el ámbito en el que nos movamos, una puede ser preferible a las otras (por ejemplo, tiene más sentido que cada vecino se encargue de despejar la nieve de su portal que crear un ejército de funcionarios para hacer frente a muy ocasionales nevadas). Eso sí, dentro de la tradición de pensamiento liberal, el Estado siempre tendrá un carácter subsidiario frente al mercado y el tejido comunitario: sólo allí donde no llegue ni la empresa ni el voluntariado (si es que existe alguna actividad a la que no lleguen) debería meterse el Estado. Principio absoluto de subsidiaridad porque el Estado, a diferencia del mercado o la comunidad, se fundamenta en la coacción: y menos coacción es preferible a más coacción.