Opinión

Un golpismo a la medida

Los palanganeros del actual gobierno acusan de desmedidos a quienes comparan el asalto del Capitolio con lo sucedido en Cataluña en 2017. Acentúan en los muertos de Washington. D.C. Insisten en que la turba acudió armada con banderas confederadas, camisetas nazis, esposas para tomar rehenes. Son buenos a la hora de atrapar los componentes teatrales, los subrayados más o menos epidérmicos, e indolentes o incapaces para escarbar en la sustancia. Los del otro día a orillas del Potomac, los del gorrito de bisonte, no hacían sino posicionarse como arietes de un teórico poder popular. Una voluntad que habría sido subyugada por unas instituciones corruptas y una clase política que entienden que desprecia la voluntad de la gente. A los que piden pelotón para el siniestro Donald Trump les falta añadir que igual de corrosivos, y mucho más cercanos, han sido nuestros entrañables defensores del poder plebiscitario de la masa enfurecida, amables abogados del referéndum frente a los contrapeso dispuestos por las democracias liberales para evitar suicidarse. A nuestros progresistas reaccionarios, más reaccionarios que otra cosa, les cuesta asumir que sus objeciones son o bien instrumentales, y por tanto miserables, o bien honestas, por lo que hablaríamos de gente divorciada de la democracia y su sistema inmunológico frente al golpe. Sus excusas, su argumentario más bien sofista, recuerda al de mangantes como Ted Cruz, Jim Jordan o Josh Hawley, infatigables en su vocación de iliberales pirañas. Las diferencias entre nuestros populistas y los populistas estadounidenses, en cambio, se sustancia por la evidencia de que nuestros demagogos gozan de todas las prerrogativas ideológicas y todos los mimos políticos imaginables, con buena parte de la opinión pública segura de que triturar democracias no tiene relación con la suspensión de la ley o la manipulación partidista de las instituciones. Trump y los suyos, por contra, son objeto de un juicio político y han visto cómo las grandes empresas coagulan su financiación. El papel de las corporaciones me interesa especialmente. En España, en demasiadas ocasiones, los constitucionalistas hemos tenido la espantosa certidumbre de que para muchos de nuestros empresarios lo único que importaba era no perder cuota de negocio, mercado interior, etc. Nuestros equidistantes, los del «todos tenemos la culpa y con que todo siga igual, sobra», deberían de estudiarse la declaración de la Asociación Nacional de Fabricantes de EE.UU, que entiende que fue «sedición y debe tratarse como tal». Por no citar a Thomas J. Donohue, director ejecutivo de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, que ha comentado «La conducta del presidente la semana pasada fue absolutamente inaceptable y completamente inexcusable». Cortesías republicanas, esto es, palabras recias, limpias, contrarias a la arbitrariedad totalitaria y las tentaciones cesaristas, debidas a unos ciudadanos, una clase política, unos empresarios y unos medios de comunicación bastante menos dispuestos que los nuestros a pactar con delincuentes e indultar golpistas. En España a los mafiosos y xenófobos les ofrecemos la otra mejilla y las leyes de todos más bien parecen el espinazo de un régimen totalitario que aspiran a romper mediante el «diálogo».