Política

Contra la apatía política. En el centenario de Julien Freund

«La nueva política es siempre como la vieja, acaso peor si cuenta con la credulidad de la buena gente»

Jerónimo Molina Cano

L a política, en contra de toda apariencia, es una actividad de una sencillez proverbial. Así se explica en la historia el triunfo de los grandes simplificadores, los genuinos «hombres de Estado». Según la experiencia general de la humanidad, no se trata de otra cosa, en política, que de alcanzar el poder y ejercerlo (gobernación), representar a la opinión (legitimidad) y designar al enemigo, todo ello en la perspectiva del bien común posible y la conservación de la comunidad política y la unidad del Estado. El demagogo, en cambio, todo lo complica: su subjetividad romántica ­–raíz de su ambición– desborda el marco de lo político y perturba la política con justificaciones ideológicas y moralistas. Le encanta explotar la ética para llevar razón, cuando no viva incluso de ello. Gobernar es así evasión y desprecio de la «seriedad de la vida». No le importan las marcas que el mando deja en la conciencia, pues se burla de los escrúpulos y desprecia a las conciencias que los tienen. A este adicto al politiqueo le basta con excitar con celo la legalidad y malearla, como cobre o cera en sus manos, y negar retóricamente que la ruda realidad de lo político es que siempre hay un enemigo, real o potencial.

Esta forma de entender la política cuenta con sus consejeros de alquiler y sus profesores partisanos, intelectuales patentados, apóstoles sin misión muchos de ellos, al servicio de la utopía, de la emancipación de la raza humana –dividida no obstante en «géneros» que se odian a muerte– y hasta de la Paz Perpetua. El mal y sus efectos son generales, pero no es difícil entender por qué entre nuestros compatriotas cunden especialmente el desánimo y la apatía política. Esta última tiene dos expresiones funestas, una paroxística: la indignación, y otra depresiva: la desesperación.

Frente a estas dos actitudes políticas solo cabe el coraje cívico y una comprensión adulta y responsable de lo político. Hay que elegir aquí entre una concepción instrumental y relativista de la política, puramente cratológica –chácharas a lo Ernesto Laclau y la compaña– y otra realista, basada en la política como es, no en una representación arbitraria de lo que debería ser. Esta visión realista (el realismo político) tiene que ver con el señalamiento de las regularidades o constantes de lo político: la circulación de las elites (Gaetano Mosca, Vilfredo Pareto), la ley de hierro de las oligarquías (Robert Michels), la designación del enemigo como contenido de la política (Carl Schmitt) y otras «banalidades superiores» por el estilo, pues forman parte de nuestra inteligencia de lo político. El descubrimiento de estas regularidades es obra de un linaje de escritores que recorre los siglos, pues empieza con el ateniense Tucídides, si no antes, y llega hasta el francés Julien Freund, filósofo político, polemólogo, metafísico e historiador de la decadencia, de cuyo nacimiento se cumplen los cien años. La ocasión es, pues, propicia para recordar a uno de los grandes escritores políticos del siglo pasado y vindicar su pensamiento para una derecha política sin brújula que vive sous l’oeil de la Gauche.

Julien Freund, lorenés de nación, viene al mundo en Henridorff el 9 de enero de 1921 y muere en Colmar (Alsacia), el 10 de septiembre de 1991. Socialista en su juventud y miembro de la Resistencia, participa en atentados y en acciones de guerra partisana. La política en la Francia de la Liberación le decepciona profundamente, pues hay una distancia sideral entre los generosos planes concebidos por los resistentes en los campos de prisioneros –en los que él mismo está preso– y la realidad de la lucha por el poder y el reparto egoísta de puestos. La nueva política es siempre como la vieja, acaso peor si cuenta con la credulidad de la buena gente. Para superar su desengaño no se refugia en la ideología ni en las religiones seculares, sino que se concentra en una investigación de más de quince años sobre la esencia de lo político, convertida en un monumento de la filosofía política: L’essence du politique (1965). Lo político es un ámbito específico del obrar humano en el que operan siempre los que denomina «presupuestos de lo político»: mando-obediencia, público-privado, amigo-enemigo y que tiene una finalidad específica (el bien común) y un medio característico (la fuerza).

Julien Freund, discípulo de Raymond Aron y Carl Schmitt, representa la dignidad del pensamiento político en una época de enervación motorizada de la inteligencia. Condenado al ostracismo desde finales de los años 70, pago que recibe quien «tiene razón antes de tiempo», el conocimiento de su obra se impone como un imperativo intelectual. Encontrarse con sus libros, algunos disponibles en español (La esencia de lo político, CEPC 2018; La aventura de lo político, Encuentro 2019), constituye hoy el mejor antídoto contra la apatía política que amenaza nuestras libertades. Que se le empiece a citar también sin haberle leído nos lo muestra como lo que realmente es: el más joven de nuestros clásicos políticos.