Opinión

Autorretrato de Donald Trump

Aún tienen que pasar todo el lunes, todo el martes y doce horas del miércoles. No conviene, por tanto, descartar que asistamos a emociones fuertes en estos días. Si cientos de fanáticos cegados por su odio asaltaron el Capitolio, cualquier cosa podría ocurrir. Como consecuencia, Washington es en estos días una ciudad sitiada. Pero el miércoles 20 de enero amanecerá, y después llegarán las doce del mediodía hora de la costa este de Estados Unidos (seis de la tarde hora peninsular española) y Donald Trump sabrá –si es que no quiere verlo– que Joe Biden estará jurando ante el presidente de la Corte Suprema «preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos». El poder cambiará de manos en ese momento, cuando Trump ya se haya refugiado en su mansión de Mar-a-Lago, en Florida.

Que Trump, tal y como él mismo ha anunciado oficialmente, no asista a la toma de posesión de su sucesor es un autorretrato, una fiel definición de sí mismo. En 2016 no supo ganar, en 2020 no supo perder y en 2021 no ha sabido irse. Y entre un año y otro, su comportamiento ha hecho que incluso su periódico de cabecera, el New York Post, le llegara a pedir que abandonara su absurda actitud negacionista para evitar que el Partido Demócrata tenga éxito en el intento de establecer como legado de la presidencia de Trump que ha sido solo una «aberración» que ha durado cuatro años.

Más allá del adjetivo que se pretenda utilizar, que la presidencia se haya limitado a un único mandato es en sí mismo un fiasco. La tradición dice que los presidentes emplean sus primeros cuatro años en la Casa Blanca en realizar una gestión política que les permita ganar la reelección. Y, si eso ocurre, dedican el segundo y último mandato a construir su legado para la historia. Que la gestión de estos cuatro años haya derivado en una derrota electoral es la plasmación del fracaso de Donald Trump. En buena medida, la victoria de Joe Biden ha sido un ejercicio de supervivencia de la democracia americana, ante el desafío para socavarla que llegaba desde la propia Casa Blanca. Ha sido un movimiento de autodefensa para evitar el riesgo de autodestrucción.

Que Trump consiguiera 74 millones de votos, una impresionante cifra nunca alcanzada por un candidato anterior, hace que los 81 millones de votos de Biden sean aún más impresionantes y doten al nuevo presidente de toda la legitimidad para realizar las tres labores prioritarias que le esperan en cuanto tome posesión del Despacho Oval. La primera, reorganizar el operativo sanitario y de vacunación contra el virus, después de que Trump consiguiera identificar qué americano era republicano y cuál era demócrata solo porque los trumpistas se resistían a llevar la mascarilla. La segunda, reanimar la economía, dañada por la pandemia. Y la tercera prioridad, unir a los americanos y calmar las tensiones sociales y políticas destrumpizando el país. Esta será, probablemente, la más difícil de gestionar, porque el legado de Trump durará más que su mandato.