Opinión

El odio a los ricos

Parte de la izquierda suele repetir el falaz argumento de que los liberales odiamos a los pobres. En realidad, si algo detestamos los liberales son las situaciones de pobreza de las que muchas personas querrían escapar: por eso propugnamos el capitalismo, esto es, el sistema económico que ha permitido que más gente salga de la pobreza en toda la historia de la humanidad. Lo que por desgracia no es tan incierto es que una parte de la izquierda (no toda ella) odia a los ricos: lo comprobamos el pasado domingo, en la entrevista que Salvados efectuó a Pablo Iglesias y en la que descalificó a los ricos y poderosos como personas mucho peores de lo que originalmente había imaginado; y lo hemos vuelto a comprobar durante esos últimos días con toda la bilis que han soltado amplios colectivos de la izquierda a raíz de la migración de youtubers españoles hacia Andorra para reducir la muy elevada factura tributaria que afrontan en nuestro país. Aparentemente, la única función social que pueden desempeñar los ricos es dejarse expropiar su patrimonio a través de la fiscalidad para así nutrir con mayores ingresos al Estado: si los ricos intentan reducir su carga tributaria, entonces se convierten en meros parásitos del resto de la sociedad que idealmente deberían desaparecer. Pero no: aquellas personas que hayan amasado sus fortunas sin privilegios estatales de por medio han desempeñado la muy importante función social de generar valor para el resto de sus conciudadanos. Su patrimonio es, de hecho, la evidencia de ese valor que han generado para los demás al suministrarles a bajo coste los bienes y servicios que necesitaban para satisfacer sus necesidades. El rico no es rico porque haya empobrecido a muchos, sino porque ha mejorado la vida de muchos volviéndolos menos pobres. La riqueza total no es un juego de suma cero, sino que puede aumentarse merced al crecimiento económico. Es la redistribución estatal la que sí se enfrenta a un juego de suma cero (o incluso a una resta): lo que da a unos necesariamente procede de lo que quita a otros. Y como los políticos viven de repartir dádivas entre los votantes, detestan cuando los ricos se refugian de su voracidad tributaria: disponen de menores recursos con los que comprar votos.