Opinión
La impostura
Los contextos son distintos, razona Pablo Iglesias, interpelado por sus ataques contra la memoria republicana, que disfraza mediante elogios a los embustes nacionalistas. Con gesto crispado, como de afectado por la hipoteca (de medio millón de euros), había equiparado a los perseguidos por una dictadura con los prófugos de la justicia en democracia. Concede a Carles Puigdemont, arquitecto junto a otros del primer ataque contra un Estado de Derecho en Europa desde el final de la II Guerra Mundial, el estatus moral de los cientos de miles que escaparon por los Pirineos, defensores de la legalidad con independencia de la trayectoria de cada uno de ellos. No ve diferencias esenciales entre los dirigentes reclamados por atentar contra la Constitución de 1978 y los partidarios de la Constitución de 1931. Y yo sé que la política es el arte del navajeo. Pero carajo, resulta imposible que incluso un profesor tan rudimentario ignore que Puigdemont et al. están fugados no por sus opiniones sino por sus actos. No por oponerse a una dictadura sino por agredir los cimientos de una democracia. Los republicanos exiliados fueron perseguidos gracias a la perversión de una justicia al revés. Los constitucionalistas contemporáneos son juzgados por Puigdemont e Iglesias como contrarios a los derechos fundamentales, y el primero de todos el suyo y el de sus socios, acólitos, confederados, seguidores y mariachis a decidir lo que les salga en todo tiempo y lugar del sacrosanto núcleo irradiador. El franquismo incipiente designó como delito de rebelión militar el cometido por quienes resistieron a los golpistas; 80 años más tarde el mandarinato en Cataluña quiso situar fuera de la ley a los que estaban dentro. Y reparen en la suprema obscenidad con la que Iglesias rechaza «lecciones», emparentada con el fétido aliento de Jordi Pujol cuando desde el balcón de la Generalidad proclamó: «En adelante, de ética y moral hablaremos nosotros. No ellos». Debería de sorprender la naturalidad con la que los votantes de Iglesias señalan el dedo, que si hablaba de Vox que si chinescas naranjas, mientras celebran que alguien, hoy, año 2021, y no cualquiera, no, nada menos que un vicepresidente del gobierno, trate a los políticos de otros partidos, y a sus votantes, como si fueran asesinos. Personalmente encuentro obsceno que entienda que la amnistía de hace medio siglo sólo rige para los crímenes cometidos por las causas que asume como correctas. Pero todavía más que un tipo que cree ser el ventrílocuo de los vencidos en 1939, que habla en su nombre por más que nadie se lo pidiera, atribuya a Clara Ponsatí los galones de Antonio Machado y confunda al ex director de Catalonia Today con Manuel Azaña. Ojalá un Iglesias Turrión dedicado a lamer el sable nacionalpopulista y empeñado en blanquear el patrioterismo etnicista sin necesidad de enlodar a los exiliados. Que bastante tuvieron con lo suyo como para que ahora el nieto del coautor de «Cartilla de los derechos y deberes del trabajador español en el nuevo Régimen», con prólogo de Girón de Velasco, compare a Indalecio Prieto con Toni Comín.
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