Opinión
La «normalidad» de un mundo feliz
En la era de la postverdad, se nos impone la dictadura del relativismo
Nos preguntábamos acerca del sentido del oxímoron de la «nueva normalidad» que, cual consigna global y globalista, se nos invitó a disfrutar en junio pasado «tras haber derrotado al virus», en palabras de la persona del presidente Sánchez. Ocho meses después de la referida invitación, comenzamos a vislumbrar esa «novedosa normalidad» con los primeros frutos de ese reseteo global que algunos han decidido por nosotros, para adentrarnos en un mundo feliz, cual émulos contemporáneos de Huxley.
Parecería que se trata de considerar como normal lo que hasta ahora era anormal. Y que «llamen bien al mal, y al mal, bien; que de la luz hagan tinieblas, y de las tinieblas, luz; y den lo amargo por dulce y lo dulce por amargo...». Al proclamar que estamos en la era de la postverdad, se nos impone la dictadura del relativismo. Y quien ose enfrentarse a la establecido como dogma de la corrección política, ya sabe lo que le espera con las Big Tech.
Así, se considera normal ir a mítines protagonizados por presos, y que no nos permitan asistir a conciertos. O que a Murcia no se pueda llegar por carretera desde otra ciudad española, pero sí por aire desde otro país. O que se aproveche el confinamiento para promulgar leyes que favorecen el suicidio asistido y la muerte, cuando con la pandemia contamos fallecidos por decenas de miles.
La guinda de este reseteo y esta «anormal normalidad» es obligarnos por ley a democratizar nuestra Memoria. Como en «1984»: un mundo feliz.
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