Política

El sueño bipartidista de Casado

No se puede decir que Pablo Casado no lo pretendiera. Tampoco se trataba de una rendición incondicional. No era el general de un ejército derrotado que promete entregar armas y bagajes si se respeta la vida de sus soldados. Más parecía la actitud –algo naif, sin duda– de un ajedrecista que ve venir el jaque mate en pocos movimientos y, en un intento desesperado por evitarlo, ofrece tablas a su rival. Pero el rival tiene claro que puede ganar la partida y la quiere ganar. Casado lo intentó, pero su propuesta no podía salir bien.

De buena mañana, el líder del PP acudió presuroso a su escaño del Congreso para escuchar al presidente del Gobierno hablar de la pandemia. Hacía dos meses, dos, que tal cosa no ocurría, a pesar de que en ese tiempo hemos sufrido una horrorosa tercera ola con miles de muertos, añadidos a los que ya se produjeron en las dos olas anteriores. Pero Casado quería aprovechar la ocasión para plantear, aunque fuera de forma indirecta, un pacto a Pedro Sánchez: por la moderación y contra el extremismo. Pinchó en hueso.

El líder de la oposición explicó a Sánchez que «si el centro político se comprime por los extremos, en ese río revuelto solo ganan los radicales y pierden todos los españoles», y que «la Unión Europea (…) se funda contra el nacionalismo y el populismo, justo lo que su Gobierno representa». Fue entonces, cuando Casado dictó para el cuerpo de taquígrafos que redacta el diario de sesiones de la Cámara el mensaje nuclear de su discurso: «La alternancia del centro derecha y del centro izquierda fue el polo de atracción de la inmensa mayoría del país, y consiguió llevar a los extremos a la irrelevancia, tanto por la izquierda como por la derecha. (…) Señor presidente, le dije en su investidura que la tarea que usted y yo debemos compartir es ensanchar el espacio de la moderación y hacerlo tan grande como para que los dos podamos ganar dentro de él. Yo ya hice mi parte».

Ensanchar el espacio de moderación. Llevar a los extremos a la irrelevancia. Alternancia del centro derecha y del centro izquierda… Casado buscaba un acuerdo con Sánchez para establecer las vías políticas que pudieran recuperar el bipartidismo, aquella réplica de la España de Cánovas y Sagasta que funcionó entre PSOE y PP hasta que en 2015 irrumpió sobre las tablas del escenario nacional la impetuosa «nueva política» de Podemos y Ciudadanos, con suerte diversa. Y que terminó de trocearse con la escisión –menor– de Más País y con la fulgurante ascensión –mucho mayor– de Vox.

El rotundo fracaso en las elecciones catalanas ha hecho ver a los dirigentes del PP que el futuro puede ser aún peor que su descorazonador presente. Pero en política suele haber poco margen para la piedad. Pedro Sánchez no acepta el plan que le propone Casado. De hecho, optó por mostrar esa actitud de superioridad física que un niño grande está tentado de utilizar frente a otro más pequeño. «Perdonar la vida” podría ser una expresión adecuada para definir la respuesta del líder socialista: «Yo no me alegro de ver desaparecer al Partido Popular de territorios enteros de la geografía nacional, porque creo que ustedes tienen un sitio en la democracia española». Y hasta ahí llegó el ejercicio de conmiseración, porque de inmediato estableció que «mi responsabilidad es trabajar por la unidad de las fuerzas progresistas». Sánchez nunca ha engañado a nadie.

Rajoy ofreció un gobierno de coalición PP-PSOE con Sánchez como vicepresidente, cuando el hoy presidente llevó al PSOE a su récord negativo de 90 diputados en 2015. Y Rajoy reiteró la oferta cuando Sánchez lo empeoró hasta 85 escaños en las elecciones de 2016. La respuesta fue «no es no». En abril de 2019, el PSOE consiguió 123 escaños. Ciudadanos alcanzó 57. Pero en la misma noche electoral, los militantes socialistas que celebraron su victoria en Ferraz corearon el famoso lema de «con Rivera, no». Y, en efecto, con Rivera, no. Sánchez pudo entonces haber pactado con Podemos, pero se había acostumbrado a la comodidad de gobernar solo, aunque apenas tuviera 85 diputados. No quería compartir el poder y estaba convencido de que una repetición electoral le daría alrededor de 150 escaños. Así, forzó una nueva cita con las urnas en noviembre de 2019, pero lejos de ganar diputados, perdió tres y se quedó en 120. Había opción de un gobierno de coalición moderado y transversal, con PSOE, PP y Ciudadanos para aislar a Podemos y a Vox. Pero en apenas 48 horas, Sánchez pactó los ministerios con Pablo Iglesias, en la confianza de reunir el apoyo de otros partidos de extrema izquierda e independentistas. Así fue. Y así será. Pierda Casado toda esperanza. Sánchez aspira a que no haya alternancia.