Pablo Iglesias

El delirio

Delirante es que el candidato de Podemos a la presidencia de la Comunidad de Madrid, el todavía vicepresidente segundo del gobierno de España, se permita decir que Isabel Díaz Ayuso acabará en la cárcel cuando precisamente es una política que está libre de investigaciones judiciales por no haber actuado de forma sospechosa a lo largo de su trayectoria, cosa que Iglesias no puede proclamar de sí mismo. Sobre su cabeza y la de alguno de los suyos pesan varias espadas de Damocles que en cualquier momento pueden acabar en imputación. Para muestra decir que la justicia condena a su partido, Podemos, a indemnizar a la abogada a la que redujeron su jornada por investigar sus cloacas. También sigue pendiente el caso Dina, las pesquisas sobre la niñera/funcionaria que tiene a su servicio, los dineros de Maduro que lo atan al régimen chavista, etc. Mejor estaría calladito ahora que se especula con su mudanza del Pazo de Galapagar a maison de luxe en el barrio de Salamanca tras el trueque de la madre de sus hijos por una más joven y adorable pelirroja, hija del también pelirrojo Vestringe. Es el rumor que circula por los mentideros de la Villa y Corte. ¡Qué felicidad vivir en Madrid!

Delirante es que la pandemia desluzca la jubilación de la canciller Angela Merkel, admiradísima y ejemplar referente de la política cuya caída de popularidad se está reflejando en esta su última legislatura. La que fue mujer más poderosa del mundo por catorce años consecutivos, según la revista Forbes, ahora se encuentra en bajos momentos de forma injusta. Pocos mandatarios europeos le llegan a la suela del zapato, y, a pesar de ello, las feministas empoderadas de moda no la tienen siquiera en consideración para ponerla de ejemplo. Es la burramia general que nos asola al género femenino que peca de una ignorancia que excede los límites admitidos. Que se lo digan a Irene Montero, abanderada absoluta de la causa, que ascendió de cajera a ministra por vía intrauterina, e ignora a la Merkel por ser demócrata cristiana.

Delirante es que el abuelo Biden llame asesino a Putin. El ruso le responde que le desea salud y que “el que lo dice lo es”, lo mismo que cuando éramos pequeños hablábamos de pedetes y decíamos entre risas “el que primero lo huele, debajo del trasero lo tiene”. Mientras tanto el anciano presidente se sube al Air Force One tropezando y cayéndose tres veces (¡por favor, qué espectáculo, que lo suban con una escalera automática o con una grúa!), e intenta destruir el legado de Trump dando la nacionalidad a trece millones de inmigrantes garantizando la ¿paz social? Ya veremos si este mandato no acaba como el rosario de la aurora.

Delirantes son los insultos que profieren nacionalistas y ultraizquierdistas contra VOX. El otro día, sin ir más lejos, un diputado de Bildu llamó “puta loca” a Macarena Olona.

Delirante es el motivo del comentario de Sánchez Dragó en la radio en el que asegura que el partido animalista PACMA denuncia trato vejatorio a las sardinas en los espetos, lo mismo que hace unos cuantos meses denunció la violación de las gallinas por parte de los gallos. Delirante es, en fin, todo lo que nos rodea.

CODA. La Princesa Leonor, que cada día me gusta más, se estrena el miércoles en solitario iniciando, así, su agenda propia. En su juvenil presencia se conmemorará el trigésimo aniversario del Instituto Cervantes, organismo creado para la defensa y expansión de nuestro idioma, el español, ese que hoy vilipendia y posterga la ultraizquierda pablista en colaboración con el independentismo. Menos mal que siempre nos quedará El Quijote y tanta literatura que hacen indestructible nuestro idioma pese a los chepas de la política.