Política
La resurrección del bipartidismo
Ocurre que todo lo que es nuevo –incluida la nueva política– tiende a envejecer, y a cada espalda recién llegada a los cargos institucionales le surge repentinamente una pesada mochila
Han pasado casi diez años desde que las plazas del 15M removieron las estancadas aguas de la política española. Miles de ciudadanos bienintencionados creyeron que el statu quo de malas condiciones económicas, corrupción y bipartidismo debía dejar paso a un país en el que los jóvenes tuvieran más oportunidades de conseguir un empleo bien remunerado, con instituciones justas y limpias, y con una variedad mayor de fuerzas políticas a las que votar, cansados como decían estar del reparto de poderes que se había establecido entre PSOE y PP.
Pasada una década, una de esas nuevas fuerzas políticas, Ciudadanos, lucha por su vida con serias dificultades. Y otra, Podemos, ve peligrar su destino electoral y su futuro en la misma plaza –la Puerta del Sol– en la que se alumbró la idea de un partido que superara al PSOE en izquierdismo y en votos.
La nueva política aportó frescura, ideas nuevas, actitudes arrebatadoras, sueños bienintencionados, dirigentes jóvenes, hiperliderazgos desmedidos, mucha confusión, parlamentos atomizados, desgobierno por falta de mayorías y ausencia de acuerdos, repeticiones electorales, impaciencia, más tacticismo que estrategia y, además, ha alimentado algunos males que ya sufríamos antes de que llegaran los profetas de la bondad a salvarnos de nosotros mismos: la nueva política y la multiplicación de opciones han aportado también más posibilidades de transfuguismo, brincos de políticos de unos partidos a otros, pactos contra natura en mociones de censura, y miembros del gobierno que soñaron con alcanzar el poder y que, sin embargo, se marchan apenas estrenado su cargo –y con gestiones inéditas– para competir en elecciones de ámbito político menor.
El lector podrá hacer su propia lista de dirigentes de todos los partidos –lo dejo a su criterio porque hay para elegir– a los que aplicar una cita mordaz que Winston Churchill dedicó a Arthur Balfour, primer ministro británico en los albores del siglo XX, de quien decía que «si el objetivo es que no se haga nada en absoluto, la persona para el cargo es Balfour».
En estos años, los españoles hemos vivido deslumbrados y embriagados por lo nuevo. Pocos conceptos son más agradecidos en política que la novedad. Todo lo nuevo es esperanzador frente a lo ya conocido, que siempre lleva a cuestas mochilas cargadas de errores, promesas incumplidas y fracasos. Pero ocurre que todo lo que es nuevo –incluida la nueva política– tiende a envejecer, y a cada espalda recién llegada a los cargos institucionales le surge repentinamente una pesada mochila.
Ahora que lo nuevo y joven se ha hecho prematuramente antiguo y viejo, la «nueva» cruzada se centra en Madrid: la cruzada por sostener durante más tiempo la libertad de los madrileños ante el empuje «comunista», frente a la cruzada de aquellos que ofrecen la liberación de los madrileños ante el avance de la calificada como «derecha criminal». Y esa trinchera ha dejado al Gobierno central algo desabastecido de «novedades».
El martes llegará a su fin la breve pero intensa presencia del líder de Podemos en el Consejo de Ministros. Ese objetivo por el que tanto había luchado termina, por decisión propia, en poco más de un año, a pesar de que el título de su vicepresidencia nos hablaba de una agenda social, económica y política cuyo cumplimiento debería certificarse en el año 2030. Se ve que la nueva política también tiende a la caducidad lo que, en este caso concreto, es fuente de alegría y satisfacción para Pedro Sánchez. Enemigo que huye, puente de plata. Por muy bueno que pudiera ser el resultado de Podemos en Madrid, su líder ya no estará en el Gobierno ni el Congreso de los Diputados. El sorprendente movimiento es un desarme unilateral, si utilizamos terminología propia de la Guerra Fría. Uno de los dos contendientes opta voluntariamente por dejar de defenderse, en la confianza de que su adversario opte, también voluntariamente, por dejar de atacarle.
Pedro Sánchez observa estas sacudidas de su coaligado con la condescendencia propia de quien se sabe ganador en este lento pero persistente proceso de recomposición que se está produciendo en la izquierda. Porque, sí, del mismo modo que las autolesiones de Ciudadanos son el primer indicio de una posible –aunque no segura– reunificación del voto de centro derecha, las decisiones espasmódicas en el partido morado pueden advertirnos de una progresiva transformación de Podemos en un remedo de lo que fue Izquierda Unida: un partido poco más que residual. Y, sin duda, nada será igual en el Gobierno sin la presencia de su ya inminente exvicepresidente.
Lo que un día fue nuevo se está transformando en vintage. Las esperanzadoras promesas de otro tiempo han sido tan fugaces y frustrantes como las de siempre. Y nadie debería descartar que, con la misma pasión con la que se acogió en su momento la debilidad del bipartidismo y su destrucción, ahora asistamos a su resurrección.
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