Pablo Iglesias
Gracias, EEUU
Resulta vergonzante que tenga que venir Estados Unidos a denunciar «los ataques» del Gobierno a la prensa
Fui el pionero. Tengo el honor de ser la primera persona a la que calumnió, injurió y persiguió la chusma podemita. Un servidor fue el primer objetivo de las hordas que dirige ese tipejo al que el juez García Castellón atribuye tres delitos: Pablo Iglesias. Y cuando digo honor, digo bien, lo que me preocuparía es que esta gentuza me loara o ensalzara mis virtudes morales. Significaría que soy la misma clase de basura que ellos. El individuo al que la maldad patria ha rebautizado como El Jorobado de Galapagar me apuntó mafiosamente tras nuestros enfrentamientos dialécticos en TV. No soportaba que alguien le pusiera los puntos sobre las íes mientras el 95% de los periodistas le decía lo guapo, lo listo, lo alto, lo estilizado y, manda bemoles, lo ¡¡¡demócrata!!! que era. Menos aún que fuera Okdiario quien se saliera del consenso periodístico que pasaba por la protección y promoción de un sujeto y un proyecto apadrinado por Bildu y financiado por dos dictaduras sanguinarias como la venezolana y la iraní. Situación inusual en el resto de Europa, donde esta clase de lumpen es despreciada y demonizada por los medios y la sociedad civil. A lo anormal jamás le otorgan estatus de normalidad en Francia, Reino Unido, Alemania o Escandinavia. Me puso la cruz definitiva cuando el periódico que tengo el privilegio de dirigir destapó en exclusiva la compra por 670.000 euros de su casoplón de 1,2 millones. La campaña antiInda ha llegado al punto de identificar mi domicilio y mi coche con el perogrullesco objetivo de que cualquier hooligan me apalee. El culmen de esta estalinista campaña llegó el 1 de marzo de 2020. Mientras se negaban a tomar medidas contra un Covid que nos invadía porque había que llegar como fuera al 8-M, el entonces vicepresidente exigió que me metieran «en la cárcel». Tal cual. Con mi nombre y mi apellido. Al día siguiente, una patética Irene Montero repetía la tesis cual cacatúa. Prácticamente toda la profesión calló. Recibí contadísimas llamadas. Sólo la Asociación de la Prensa de Madrid, presidida por el admirado veterano Juan Caño, puso públicamente el grito en el cielo en forma de comunicado. Parafraseando el célebre poema de Martin Niemöller, nadie dijo nada porque no eran Eduardo Inda, ni Okdiario. Y luego el marqués de Galapagar ha ido a por muchos de los profesionales que se hicieron los suecos. Una estrategia tan tonta como suicida, porque ahora no sólo tiene en contra al arriba firmante sino a todo quisqui. Estos salvajes ataques a ese derecho fundamental que es la libertad de expresión no han merecido jamás reproche alguno de la oposición, tampoco de ningún grupo de la sociedad civil, se han tomado a beneficio de inventario por una España demasiado acostumbrada a decir «sí, bwana» al mandamás de turno. Resabios de casi 40 años de dictadura. Resulta vergonzante que tenga que venir un país extranjero, Estados Unidos, a denunciar «los ataques» del Gobierno de Sánchez a la prensa en general y a un servidor en particular, aludiendo literalmente a la exigencia de Iglesias de que me encarcelen. El síntoma más preocupante es que nos consideran poco más que una república o tiranía bananera. El más tranquilizante es que siempre nos quedará la nación más libre y poderosa del mundo para hacer los deberes que aquí no nos atrevemos a ejecutar. Gracias, EEUU.
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