Opinión

El cuaderno de Chapu Apaolaza: Felipe, el de la serie

El duque de Edimburgo definió su papel con precisión zoológica: “Soy una jodida ameba”. Fue el mejor secundario de la historia.

Al fin, Sánchez se ha abierto a comprar la vacuna de Sputnik, una posibilidad que tanto criticó en Isabel Díaz Ayuso. Pronto se dejará melena y abrirá los bares. No nos persigue el pasado; lo que nos persigue es el futuro. Pablo Iglesias no hay más que uno y a ti te encontramos en Sol un quince de mayo. Iglesias, mesiánico y cristoide, ha pedido la indemnización por cese de la Vicepresidencia del Gobierno porque le corresponde. A mí me parece bien que cobre lo que le corresponde. A él le parecía peor. Avisa él mismo de que los ministros de Podemos van en los mismos coches oficiales que los del PSOE o el PP. No hay mejor síntesis de su trayectoria y la de su partido.

Ha muerto Felipe de Edimburgo, el de la serie. Digo lo de la serie porque antes la gente veía las series y se preguntaba si esto o aquello había pasado en la realidad. Ahora ve la realidad y piensa si esto ha pasado en la serie. Felipe de Edimburgo morirá dos veces: ahora y cuando muera en la serie.

El duque ha fallecido con 99 años, esto es a tiempo. Si uno llega a los cien años, de pronto le hablan como si tuviera ocho y a gritos como los taxistas a los extranjeros. Con un siglo, la gente te mira con cara de tonto, feliz de concebir la idea de cumplir cien años ellos mismos algún día y que otros los miren con la misma cara de tonto. Todo tiene que ser alegría con cien años, todo está muy bien y qué felicidad, y uno allí aguantando mecha sentado en un sofá diez horas al día, con los amigos muertos hace veinte años, los nietos que no lo visitan y comiendo sin sal. “¡Ay, cien años!”, le dicen, y le preguntan:  ¿Y usted se acuerda de la Segunda Guerra Mundial cuando pasaba esto y lo otro en la serie?”

Menos bromas, que Felipe de Edimburgo ya las hizo todas. Preguntó a un profesor de autoescuela escocés cómo hacía para convencer a sus alumnos de que no bebieran durante el tiempo del examen. Inaugurando algo en Canadá, pronunció el siguiente discurso: “Inauguro esto que Dios sabe lo que es”. “Soy experto mundial en descubrir placas”, dijo de sí mismo y definió también su papel con precisión zoológica: “Soy una jodida ameba”. Fue el mejor secundario de la historia.

A las personas hay que juzgarlas por su bondad, pero también por su humor. Hay tanta gente hablando de la bondad que han convertido el mundo en un sitio muy aburrido. Ojalá cuando yo me muera, en lugar de decir que era muy bueno, alguien recuerde mis chistes.

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