Reina Isabel II
El hombre que no dormía con la Reina
El Rey de España se dirije a la reina Isabel II como «Querida tía Lilibeth». Imagino a una de las mujeres más inaccesibles del mundo tomando el té con su sobrino al que aquí algunos llaman ciudadano Felipe como si los siglos de Historia no pesaran en un apellido. Todos seremos iguales ante la ley, pero, queridos, el pasado a veces pesa más que el futuro. La muerte del duque de Edimburgo viene a confirmarlo. La Monarquía es un misterio y cuando se desvela empieza a desmoronarse el castillo de naipes. El siglo XX intentó matar a Dios y el XXI a los reyes que quedan en el mundo para que nos guíen chamanes espirituales que acaban vendiendo velas con olor a vagina de Gwyneth Paltrow, que hoy es el LSD de los setenta, solo que esto último colocaba, y políticos inanes que podrían ser, con todos los respetos a la profesión, vendedores de crecepelos. No somos más libres, tan solo hemos cambiado para peor a unos amos por otros. El resultado, terminar en la consulta de un terapeuta cargados de melancolía y complejos. Somos más infelices que nunca porque no conocemos nuestro lugar en el orbe. Nos queda Google. Isabel II es, más aún tras las muerte de su marido, el último eslabón que separa el antiguo del nuevo mundo, los hombres y mujeres de una pieza de la panda de quejicas en la que nos hemos convertido, mocosos con canas a la espera de que nos den la merienda a cambio de no rechistar. Una cabeza que ha soportado los malos humos de Churchill y que hasta una niñata como Lady Di se hiciera pis en su palacio sin que rodara en la guillotina merece una inclinación.
La reina está sola, aunque el duque muerto no dormía con ella. Siempre han tenido habitaciones separadas. Sola en un mundo al que ya es imposible regresar y que apenas recuerda en la huella que deja en su almohada. Sabe que hasta que no muera no se dará por oficialmente acabado el antiguo régimen. Los que la sucedan se comportarán como burgueses que llevan a los niños al colegio como una falsa muestra de cercanía con el pueblo. El duelo de la reina nos lleva a vivir en tiempo real el fin de la modernidad.
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