Pablo Iglesias
El trabajo y el cretino
Lo que tenemos los periodistas es una oreja muy grande para quedarnos con los espumarajos que escupen los políticos, sobre todo en tiempos de elecciones. El candidato de ultraizquierda a la presidencia de la comunidad de Madrid, a la sazón Pablo Iglesias, declaró a Susana Griso en Espejo Público que la vicepresidencia del Gobierno central le dio muchísimo trabajo (¿) y que se sintió aliviado al abandonarla “porque sólo un cretino se sentiría bien cuando lo que tiene encima es muchísima labor”. Esto lo dice en un momento en que en España el número de parados asciende a los seis millones y muchos “cretinos”, como él dice, quisieran que el curro se le saliera por las orejas. Este para lo único que vale es para organizar algaradas como la que se produjo en Vallecas en un acto de Vox.
Hace tiempo no se cortó en declarar que sintió emoción al ver a uno de los suyos atacar a un policía, como también hace tiempo declaró que renunciaba a privilegios como la indemnización por despido, y ahora está reclamando cinco mil y pico euros mensuales por dejar el sillón de vicepresidente. Claro, la escolta, el coche oficial y la moqueta son muy confortables, como también lo es el Pazo de Galapagar en comparación con el pisito destartalado de antaño. Pero dejémoslo estar porque en el pecado lleva la penitencia. A día de hoy su consideración entre el electorado madrileño está bajo mínimos, si bien no conviene fiarse.
Me gustan los hombres en mangas de camisa, también los trajeados y los casual, pero quiero ahora referirme a mi alcalde Almeida, que si bien es bajito, está bien proporcionado y me resultó sexi verlo haciendo campaña con Ayuso en el debut de Toni Cantó por Sanchinarro, con una camisa remangada como indumentaria de faena. No es lo mismo un podemita descamisao, que resulta hortera y produce rechazo por su pinta sucia y poco aseada, que un hombre con aspecto limpio y actitud emprendedora, eficaz y enérgica, pero sin estrés y sin molestas acritudes, como las de Carmen Calvo, que siempre da la sensación de encabronamiento. Creo que es una definición acertada del popular Almeida.
Sexi y elegante hasta extremos límite era Felipe de Edimburgo, que acaba de fallecer. Su humor británico y su fina ironía lo caracterizaban y su ejemplaridad y falta de complejos hicieron que toda la Commowealth lo respetase como consorte de una reina también ejemplar, que supo mantener el tipo cuando en repetidas ocasiones se producían rumores de amantes que nunca deterioraron su matrimonio. Ahora la familia real atraviesa una crisis por ese par de mindundis que son Harry y Megan, lo mismo que hace años Diana hizo tambalear la monarquía más firme y resistente de Europa. Pero
los británicos son sólidos como rocas y lo demuestra el hecho de las manifestaciones de duelo y de respeto hacia Isabel II por la pérdida de su marido que se ven en torno a Buckingham en estos días. Me da verdadera envidia. Nada que ver con el nuevo secretario de Estado de la Agenda 2030, Enrique Santiago, un leninista partidario de “liquidar” al Rey.
CODA. En la versión cinematográfica de La Colmena, un personaje encarnado por el recordado Antonio Mingote acude a una casa de citas clandestina, y para cruzar el umbral la madame pronunciaba “Napoleón Bonaparte”, y el cliente debía responder “sucumbió en Waterloo”. Era la contraseña. El exministro Fernández Díaz, a quien conocí en la entrega de los Planeta hace algunos años, antes de que formara parte del Gobierno Rajoy, comentaba esta semana que el Waterloo de Sánchez puede que sea Madrid. Me pareció acertadísimo. Pero no hay que confiarse.
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