Política

Sensaciones, gestos y pactos

Solo cuando llegue la hora de contar los votos sabremos lo que mañana decidan los madrileños. Se hará su voluntad, así en las urnas como en la Puerta del Sol, y esa voluntad podría remover cimientos que parecían muy sólidos hasta que los taumaturgos de Moncloa sedujeron con vagas ofrendas a Ciudadanos y juntos se columpiaron con la moción de censura de Murcia. La primera sentencia sobre ese aquelarre ya se produjo de inmediato en el lugar donde correspondía, el parlamento autonómico murciano. Pero mañana conoceremos un segundo veredicto en Madrid, y este puede ser aún más determinante para el desarrollo de los acontecimientos políticos en el inmediato futuro.

Cuando los ciudadanos son convocados a las urnas cualquier resultado se puede dar, y sabemos que los sondeos aciertan y se equivocan con la misma facilidad. Pero, al margen de los augurios demoscópicos están las sensaciones y los gestos. Por ejemplo, que hubiera tal densidad de miembros del Gobierno en la manifestación del 1 de mayo que casi se podría haber celebrado una reunión del Consejo de Ministros para exigir al propio Consejo de Ministros que cumpla con las exigencias de los sindicatos. O que el líder de Comisiones Obreras, Unai Sordo, haya sentido la pulsión de pedir «¡ni un voto trabajador a la extrema derecha!», o que el secretario general de UGT, Pepe Álvarez, tratase de desanimar a los obreros predispuestos a votar a Isabel Díaz Ayuso advirtiendo de que una bajada de impuestos empeoraría los servicios públicos. Cuesta recordar un precedente en el que dirigentes de la izquierda y de los sindicatos lleven toda una campaña electoral dando por seguro que muchos ciudadanos de las clases medias y bajas van a votar a partidos de derechas.

Solo los análisis poselectorales nos permitirán saber qué porcentaje de voto consigue cada fuerza política en esos barrios y localidades de Madrid que la izquierda considera suyas, a pesar de que ya no sería la primera vez que dan muestras de que tal sentido de la propiedad es exagerado.

Pero igual de exagerado –y arriesgado– puede ser el pretendido sentido de la propiedad que los partidos de centro y derecha han mostrado sobre el conjunto de la Comunidad de Madrid. Que el optimismo se desborde es siempre un peligro en política, donde el examen de los resultados se suele hacer más sobre las expectativas creadas durante la campaña, que sobre la comparación entre los votos conseguidos y los que se habían obtenido en elecciones anteriores. Que el PP doble sus escaños en la Asamblea de Madrid, como prevén la mayoría de los sondeos, pasaría en cuestión de segundos de ser un rotundo éxito a un catastrófico fracaso –una victoria pírrica– si los tres partidos de la izquierda sumaran 69 escaños y, como consecuencia, disfrutaran de la mayoría absoluta para formar gobierno. Reflexión final: dice mucho de la política española que a nadie se le haya ocurrido que quizá no fuera tan mala idea un –difícil, pero no imposible– pacto poselectoral PP-PSOE-Ciudadanos (si consigue escaño) para frenar el avance de los extremismos.