Cataluña

Ya lo dijo Tarradellas

«Pende sobre los negociadores la espada de la traición y de los pruritos personales»

Es bien conocida la frase de Josep Tarradellas, insigne catalanista y presidente de la Generalitat en el exilio (su exilio sí fue de verdad y no una fuga, como la de Puigdemont), cuando dejó dicho para la historia que «en política se puede hacer de todo, menos el ridículo». Pero los sucesores de Tarradellas en el Palau de la plaza de Sant Jaume han puesto lo mejor de sí mismos para caer en situaciones ridículas, sin mostrar apariencia de pudor.

Resulta tan evidente, que lo aprecian incluso los más fervientes independentistas como Pilar Rahola, que estos días ha suplicado a sus camaradas de ERC y Junts que «no nos lleven a un nuevo ridículo. (…) No nos decepcionen. Tienen días. Arreglen la situación». En ello están, pero pende sobre los negociadores la espada de la traición y de los pruritos personales.

El prófugo de Waterloo no acepta cosa distinta que no sea seguir siendo considerado por todo el independentismo como el president legítim que ha de dar las órdenes desde la banda: cuándo atacar y cuándo defender; cuándo presionar y cuándo entrar en falta. Como es natural, Pere Aragonès se considera con el derecho de presidir la Generalitat con todos los poderes y no solo como muñeco del ventrílocuo Puigdemont. Hay, además, cerca de doscientos cargos públicos de Junts que pueden perder su sueldo si Esquerra forma gobierno y pone a los suyos.

Nadie lo ha explicado mejor que Gabriel Rufián, con ese lenguaje cheli que le es propio: «la gente está harta; hay que ser muy del rollo para seguirnos; ya vale; basta ya». Pero el rollo continúa, y protagonizado por el propio Rufián, que no pudo contenerse cuando Jaume Asens, diputado de En Comú Podem, tuvo la ocurrencia de decir en público que en la hoja de ruta de Esquerra para la próxima legislatura catalana «no está conseguir la independencia». Asens ponía a Rufián en la diana de los independentistas especializados en colocar etiquetas de traidor a quien dé muestras de flaqueza. Así, el portavoz de Esquerra Republicana en el Congreso tardó cinco minutos en acusar a Asens de mentir y hasta de cosas peores.

ERC ganó las elecciones, pero Junts no se resiste a perder el control de TV3, de las subvenciones a los medios o de la educación, y pretende que todo ello siga en manos del legítim desde su mansión belga. Y a quien asume el riesgo de cuestionar ese plan se le aplica la condición de botifler, como hizo un grupo de seguidores de Puigdemont que se reunió hace unos días junto a la sede de ERC para gritar «Junqueras, traidor, púdrete en prisión». No eran españolistas. Eran independentistas.

Como en cada cita electoral, en este proceso hacia la investidura se desarrolla en Cataluña una larga e intensa carrera por demostrar quién es más soberanista, quién está más dispuesto a volver a las andadas de 2017, quién liderará las nuevas algaradas y quién aspira a llevarse el rédito de pasar a la historia por ello. Por el camino, como diría Tarradellas, hay mucho ridículo.