Política
Otra vez Cataluña
Escuchar a un nuevo presidente de la Generalitat decir en su discurso de investidura que se propone «hacer posible la culminación de la independencia de Cataluña» empieza a resultar folclórico por reiterativo y poco productivo. Es lo mismo que antes prometieron Artur Mas, Carles Puigdemont y Joaquim Torra, sin éxito alguno. Podemos ser generosos y entender que se trata de mantener las tradiciones y el ánimo alto porque, como le ha reiterado el socialista Salvador Illa a Pere Aragonès, la independencia de Cataluña no se va a producir. Pero el ceremonial es invariable.
Ahora, asistiremos a la previsible reanudación de la mesa de diálogo entre los independentistas y el Gobierno central. De nuevo, se comprobará lo difícil que resulta llegar a acuerdos cuando un lado de la mesa se empeña en convertir en realidad situaciones que están fuera de la ley, mientras que el otro lado insiste en que no está en su mano ni en su voluntad cometer delitos. Tampoco está en su mano entregar solo a los catalanes la posibilidad de decidir que un territorio de España deja de ser territorio de España, usurpando ese derecho al conjunto de los españoles. Tampoco está en su mano convocar referéndums de autodeterminación, porque tal cosa no está contemplada en nuestra normativa.
Lo que si veremos pronto es el proceso para indultar a los condenados por sedición. Está en la lista de presuntas soluciones políticas que el Gobierno considera necesarias para ejecutar eso que la fábrica de eslóganes con sede en Moncloa ha calificado como la política de reencuentro. Este nuevo intento de apaciguamiento es el fruto de una voluntad bondadosa, pero el futuro le reserva el mismo éxito que a los muchos intentos apaciguadores anteriores: ninguno.
Sería muy recomendable que, a estas alturas de nuestra historia, después de diez años de «procés», se asumieran las realidades como son: nadie va a convencer a los independentistas para que dejen de serlo y, como consecuencia, nadie conseguirá que acepten un nuevo estatuto de Cataluña, con competencias más reforzadas, como el animal de compañía del famoso anuncio, en lugar de un referéndum y la ya consabida culminación-de-la-independencia-de-Cataluña.
Así, el Gobierno parece decidido a conceder esos indultos sin que los interesados muestren una mínima voluntad de dejar atrás lo pasado –ni siquiera hablamos de exigir arrepentimiento por los desastres provocados–. Antes al contrario, los protagonistas de los dramáticos sucesos de 2017 repiten a diario que lo volverán a hacer en cuanto dispongan de una ocasión para ello. Y en esa línea de pensamiento está Esquerra Republicana, socio necesario de PSOE y Podemos, que, cuando ha tenido la oportunidad de conformar un gobierno catalán con el PSC y los «comunes», ha rechazado la idea y ha insistido en coaligarse con el partido de Puigdemont y con la CUP, para no ser acusado de traidor a la causa independentista. Después de más de un año de pandemia, la cuestión catalana tiende a recuperar el protagonismo político perdido. Y España volverá a estar condicionada por apenas la mitad de los votantes de Cataluña, en un revival agotador.
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