Opinión
Trabajar por la comida
Soy comilona, bien lo saben quienes me conocen, y debo tener mucho cuidado para no dar rienda suelta a la gorda que llevo dentro. Entre las gentes mundanas –y no mundanas-, está de moda ser o, más bien, ir de gourmet, de foodie que se dice ahora, y hay actores, por ejemplo, que han invertido sus dineros en negocios de hostelería. (Odio decir restauración porque si bien la comida nos restaura el cuerpo y hasta el alma, entiendo que más bien debemos aplicar este vocablo a los muebles o a los cuadros, como siempre se ha venido haciendo. Lo otro es pura y dura hostelería y los cocineros no son restauradores para nada, sino artistas del cucharón. Ustedes sabrán perdonarme la pedantería pero me enseñaron a utilizar correctamente la lengua y eso lo llevo grabado a fuego en las meninges).
Soy fan de Robert de Niro, creo que es un actorazo de tomo y lomo, y todavía me gustó más cuando descubrí que estaba detrás de un restaurante coreano que frecuenté mucho en mi época neoyorkina. Estaba en el Soho, en Mercer St., se llamaba Woo Lae Oak y él solía aparecer con frecuencia. No exagero si digo que estuve yendo casi a diario a la hora del almuerzo, porque era buenísimo y el ambientorro que lo rodeaba era muy apetecible. Alguna vez apareció por allí también Al Pacino, con quien siempre quise bailar un tango después de verlo en aquella inolvidable “Esencia de mujer”; Susan Sarandon, y gentes como Violy McCausland, la reina de Wall Street a quien me unía una divertida amistad, quien fue mi introductora en aquel templo de exquisitez y también en el ambiente más cool y artístico de la ciudad. En fin, que todo este prolegómeno viene a cuento porque han contratado a De Niro para promocionar el “Madrid Fusión”, un congreso culinario internacional, de los muchos que se celebran en nuestra capital, que actualmente es cogollo mundial de todo: de cultura, de turismo, de moda, de belleza urbana, de gastronomía siendo como es una ciudad donde proliferan los grandes restaurantes y los grandes chefs se dan cita para sus propuestas, sofisticadas o clásicas, en locales creados por grandes decoradores…en fin, un orgullo para un país de políticos zopencos como lo está siendo en la actualidad.
Total que nuestro protagonista de hoy pide como honorarios por prestar su imagen una cena. Pero no una cena cualquiera, sino por un menú para él solito preparado por varios ases de los fogones patrios, por los amos absolutos de las cacerolas como lo son Martin Berasategui, Joan Roca, Quique Dacosta o José Andrés. También Mauro Colagreco, que no es español ni tiene aquí restaurante. Sí lo tiene en Francia y se llama Mirazur, galardonado con 3 estrellas Michelín. No lo conozco pero mis pesquisas y mis informaciones me hacen concluir que es un auténtico mago.
Como soy gran comilona, ya lo he dicho más arriba, me da envidia, mucha envidia, y aunque la pasta nos viene bien a todos –y creo que a él también, en estos momentos de su vida en que el espectro de la ruina sobrevuela su cabeza-, sucumbiría ante semejante oferta, que, de seguro dará mucho que hablar en los próximos días ya que supone un acontecimiento que despertará nuestros jugos gástricos y excitará nuestras papilas gustativas.
CODA. Algún que otro lector, de esa media docena que debo tener, echará en falta que hoy no hable del politiqueo patrio, pero me pareció más interesante tratar del paladar, ese que no perdí ni con el Covid. Pero sí quiero hacer mención a la entrevista de Felipe González en El Hormiguero. En un momento determinado sentenció que los políticos están mal pagados. Discrepo totalmente. Hay que llegar a la política con la cuenta a rebosar, no para comer caliente. Y hasta renunciar al sueldo como ha hecho Mario Draghi.
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