Ministerio de Asuntos Exteriores

Que se vaya González Laya

Antes de que el presidente del Gobierno tenga que destituirla, la ministra de Asuntos Exteriores, Arantxa González Laya, haría bien en dimitir. El cabecilla del Polisario ya se ha ido, pero la crisis no está resuelta, porque el mal de fondo reside en la pésima gestión de las relaciones con Marruecos. ¿Quizás porque debemos ejercer el papel de alfombra ante el régimen alauí? No señor. España tiene que hacerse valer y defender sus intereses, pero eso no tiene que ser obstáculo para hacer con Rabat lo que siempre hizo, con gran sabiduría y tacto, el Rey Juan Carlos. Ahora algunos piensan que habría que llamar al Emérito para que enderece lo que se torció por la acumulación de errores de quien está al frente de nuestra diplomacia, y que tomó posesión del cargo al grito idiota de “Spain is back”. Pues bien, lo que ha quedado demostrado con la señora Laya es que “Spain is bad”. O sea, de lo peor.

A don Juan Carlos lo han echado de España de mala manera, pero alguna lección podría dar a los “sobraos” que nos gobiernan sobre cómo mantener las formas con Mohamed VI. Dice el podemismo gobernante que “es un sátrapa”. Suponiendo que lo fuera, alguien debería entender que se trata de “nuestro sátrapa”, el vecino del sur con el que hemos de convivir. De modo que mucha mano izquierda, menos verborrea innecesaria y más tacto diplomático. Y es que mientras Laya se dedicaba a menospreciar la victoria de Díaz Ayuso en Madrid, Rabat le estaba preparando el ignominioso espectáculo de Ceuta. Inadmisible, por supuesto. Pero la responsable de Exteriores debió haberlo evitado. Traer a España al jefe del Polisario fue una afrenta impropia para nuestro vecino. Había decenas de destinos que podríamos haber contribuido a encontrar, evitando el problema.

Con Marruecos hay que mantener un equilibrio difícil, pero imprescindible por evidentes razones de Estado: la inmigración, la pesca, nuestras 600 empresas allí, el Sahara, los peñones, Ceuta, Melilla y Canarias. No podemos ser sustentadores del Polisario, aunque es verdad que en la medida en que Rabat esté distraída con el Sahara, menos se centrará en molestarnos con Ceuta, Melilla y las Canarias.

Todo eso hay que saberlo, manejarlo, y en ningún caso incurrir en esa política infantil, torpe y de apariencia anti-marroquí, de la ministra de Exteriores. Que por supuesto debe dimitir. Aunque sabemos que no lo hará.