Jorge Vilches

El títere y la campechana

Moncloa y Ferraz están unidos para que Juan Espadas gane en la primera vuelta de las elecciones andaluzas

Un líder nacional que pierde el control de las organizaciones territoriales, especialmente en un país tan descentralizado como España, deja de mandar tarde o temprano. Da igual que esté en el poder o en la oposición. El líder representa el proyecto de un partido, al menos para el electorado, y debe parecer tan solvente que tiene el apoyo unánime de sus dirigentes sin fisuras ni cuestionamientos. Otra cosa es la vida interna, claro, pero la discusión debe quedar para la zona reservada.

Cuando un dirigente territorial echa un pulso al líder nacional es que quiere sustituirlo. Detrás hay siempre más cuestiones personales que ideológicas o de patriotismo. Las ideas y el amor a la patria son las ropas con las que se disfraza la ambición. Es el caso, pongamos un ejemplo, de Susana Díaz.

Moncloa y Ferraz están unidos para que Juan Espadas gane en la primera vuelta de las elecciones andaluzas. Han puesto la maquinaria de las promesas y amenazas a toda potencia, y no queda dirigente, agrupación y casa del pueblo que no cuente con una llamada o una visita sanchista. Espadas ha quedado como el candidato del aparato, el enviado de Sánchez en Andalucía para ahormar a los socialistas andaluces a sus proyectos del Presidente del Gobierno.

Susana Díaz ha decidido presentarse como la candidata de la militancia. Es el cambio de papeles respecto a las primarias nacionales del PSOE, cuando Sánchez y Díaz se enfrentaron por la secretaría general. El primero era el hombre de los militantes, mientras que la segunda la mujer de la vieja guardia.

La campaña de Díaz, en consecuencia, ha querido resaltar la libertad, palabra que recalcó mucho al comienzo, frente a Ferraz y Moncloa. El susanismo quiere representar la cercanía, la campechanía y el conocimiento de la vida cotidiana de los andaluces como valores supremos frente a la lejanía de Ferraz. Es, por resumir, la defensa de los intereses propios, los de Andalucía, que no deben someterse a una política ajena de componenda con los independentistas catalanes, por ejemplo. Es la negación del “mando a distancia”.

La victoria de Susana Díaz frente al candidato de Pedro Sánchez supondría un varapalo para el proyecto del Presidente y el cuestionamiento de su liderazgo. La autoridad del inquilino de la Moncloa estaría en cuestión. Cualquier decisión que tomase en adelante, como los indultos, una foto con Junqueras o una subida de impuestos, podría tener contestación andaluza.

El partido quedaría seriamente dañado. Las seis diputaciones provinciales socialistas quedarían rotas: tres son susanistas y las otras sanchistas. Lo mismo ocurrirá en los consistorios, estén gobernados o no por el PSOE-A. Quien gane deberá hacer una purga de cargos no en atención a su valía, sino a su lealtad. Todo acaba siendo una cuestión de personas, de rodearse de súbditos y siervos, no de ideas o de patriotismo.

Uno es un títere de Sánchez y la otra es egoísta, no en vano ha rechazado las ofertas de Ferraz para una solución ordenada. Quizá sea deformación profesional por los años de estudio de la comunicación política, pero desconfío cuando un dirigente emplea mucho tiempo de trabajo en propagar una imagen exageradamente campechana, pongamos a Susana Díaz de ejemplo.

Si resulta que es una persona cualquiera es que puede ser sustituida por cualquiera, a no ser que estemos ante el viejo recurso populista de diferenciar a la dirigente del resto de la elitista clase política, esa que no vive como el común de los mortales. La idea de las virtudes populares representadas en una persona frente al alejamiento propio de la casta suena tanto al primer Podemos que da tanta pereza como tristeza.