Opinión
Manuel Clavero y el «café para todos»
Manuel Clavero Arévalo, fallecido ayer en Sevilla a los 95 años, tenía 51 cuando en julio de 1977, tras las primeras elecciones democráticas, en las que había sido elegido diputado por Sevilla en la lista de Unión de Centro Democrático, fue nombrado ministro «para las Regiones» por el presidente Adolfo Suárez. Su preparación para el cargo era evidente, por su condición de catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad sevillana, donde había sido decano de la Facultad de Derecho y rector. Había en el Gobierno, y en general entre los políticos de aquella legislatura constituyente, una patente falta de conocimiento sobre el cambio estructural que iba a producirse en la organización de Estado, más allá de unas reclamaciones genéricas, más acusadas en el caso de Cataluña y el País Vasco, que no contemplaban las complicaciones reales del proceso. Clavero había estudiado a fondo los precedentes, disponía de colaboradores tan competentes como el también profesor de Administrativo Luis Cosculluela Montaner –ministro de Administraciones Públicas en el último gabinete de Leopoldo Calvo Sotelo– y tenía claro el proceso. «Las autonomías no son un problema, sino un objetivo», me dijo cuando en septiembre me nombró su jefe de prensa.
El restablecimiento provisional de la Generalidad de Cataluña, con el retorno en octubre de Josep Tarradellas, fue el primer paso del proceso. Al mismo tiempo que se anunció esa decisión política –negociada por Adolfo Suárez–, el Gobierno dijo en un comunicado que la medida no podía entenderse como un privilegio, puesto que estaba abierta a otras comunidades históricas. Dicho y hecho: los parlamentarios del País Vasco, Galicia y otros reclamaron la negociación de sendas «preautonomías».
La vasca fue especialmente conflictiva, con el trasfondo del terrorismo de ETA. El Partido Nacionalista Vasco se opuso a una fórmula similar a la de Tarradellas, a pesar de que la presidencia habría correspondido a su veterano militante Jesús María de Leizaola. Lo propuso Clavero en nombre del Gobierno, lo apoyaron UCD (Echevarría Gangoiti) y el PSOE (Benegas), pero lo rechazó el representante del PNV en la negociación (Ajuriaguerra). Fui testigo de ello. Al final, en los últimos días de diciembre, hubo que hacer encaje de bolillos político con Navarra para llegar a un acuerdo. En enero de 1978 y sin información previa al ministro, el vicepresidente Fernando Abril Martorell anunció «off the record», durante un almuerzo en la agencia EFE, que no habría más preautonomías. Fue el momento más amargo de Clavero, que optó por la prudencia, el silencio y dar la batalla en el seno de UCD. Cuando el grupo parlamentario centrista debatió el contenido de la Constitución se establecieron dos posturas: limitar la autonomía a Cataluña, el País Vasco y un poco a Galicia, o generalizar el proceso. Manuel Clavero defendió esta última postura y la mayoría le apoyó, si bien con un procedimiento de doble vía –artículos 143 y 151– que complicó el proceso y se volvería contra el Gobierno de Suárez. Poco después Clavero obtuvo vía libre para negociar el resto de las preautonomías –once en total–- y comenzar el proceso de transferencias. Éste fue el verdadero contenido del «café para todos». La alternativa era café para unos sí y para otros no, lo que habría significado distintos derechos políticos en función del lugar de residencia, una fórmula difícilmente compatible con la igualdad de derechos proclamada en la Constitución.
En 1979, con la Constitución aprobada y Manuel Clavero en el Ministerio de Cultura, los partidarios de limitar el café presionaron para que el Gobierno se opusiera al acceso de Andalucía a la autonomía por la vía rápida del artículo 151. Fue la más grave derrota política sufrida hasta entonces por Adolfo Suárez y el comienzo del declive de UCD. Clavero apoyó el voto afirmativo y dimitió. Era una época en la que los políticos decentes todavía dimitían.
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